El pasado 1 de abril se cumplieron 75 años del final de la guerra civil y la derrota de la República a manos fascistas. Conmemorando a todos los que dieron su vida para evitar el avance del fascismo y a todos los que sufrieron los horrores de 40 años de dictadura publicamos el siguiente folleto, El triunfo de la dictadura franquista. En defensa de la Memoria Histórica, escrito por Juanjo López en 2.011:
El triunfo de la dictadura franquista
En defensa de la Memoria Histórica
I. La derrota
“La última vez que vio hermosa a su madre fue con
ese vestido. Estaban las dos en Alicante, en el puerto, esperando un barco que
nunca llegó. Paulino las había llevado hasta allí. Paulino y un camarada suyo
que tenía las manos muy grandes las llevaron una noche desde Valencia, y se
marcharon convencidos de que las dejaban en lugar seguro. Doña Martina tejía
unos guantes de lana para entretener la espera y Elvira la miraba embelesada
porque hacía mucho tiempo que no la veía tan guapa. Se había engalanado para el
viaje con su mejor vestido recién planchado, un abrigo de terciopelo negro y un
sombrero de media luna a juego, un casquete pequeño, casi diminuto, que le
cubría escasamente la mitad delantera de la cabeza y resaltaba el color de sus
ojos, el color del mar. Elvira no había vuelto a acordarse de aquel sombrero;
ella se lo había probado muchas veces, cuando jugaba a ser mayor frente al
espejo del ropero subida en los zapatos más altos de su madre. No sabe Elvira
cuántos días pasaron en el muelle, sentadas las dos sobre la maleta. No sabe
cuántas noches. El vestido de su madre olía a lavanda cuando se recostaba en su
regazo para dormir. Su aroma la acompañó durante sus sueños y la envolvió la
mañana en la que comenzaron a oírse los gritos. Hasta entonces, la espera había
sido tranquila. Los millares de personas que se congregaron en el puerto
aguardaban esperanzados los buques para su evacuación y, a pesar de la
incomodidad por la falta de espacio y de las dificultades para conseguir
comida, los ánimos no decaían. Los mensajes del cónsul francés, emitidos a
través de un altavoz desde una tribuna improvisada, tranquilizaban la espera y
mantenían la moral, asegurando la intervención de la Sociedad de Naciones,
cuyos planes de evacuación controlada estaban en marcha.
-Elvirita, mira, te he acabado los guantes. Toma,
pruébatelos.
La niña tragó con avidez un trozo de chocolate que
su madre acababa de cambiar por su sombrero. Se limpió una con otra las manos.
Y cogió los guantes. Fue entonces, en el momento en que Elvira se probaba los
guantes, cuando la voz del cónsul sonó distinta a otras veces y muchos
comenzaron a gritar. El Caudillo rechazaba la mediación de potencias
extranjeras. El Caudillo ofrecía magnanimidad y perdón a todo aquel que no
tuviera manchadas las manos de sangre. Entonces comenzaron los gritos. Entonces
muchos hombres se acercaron al agua y lanzaron sus armas al fondo de la
dársena. Entonces comenzaron los suicidios. Un miliciano se ahorcó colgándose
de un poste de la luz, otro se ató una piedra al cuello y se arrojó al agua, y
un hombre de edad avanzada se disparó en la boca a sólo dos pasos de Elvira. Su
madre la protegió del horror en su regazo. Y ella hundió la cabeza en el aroma
a lavanda de su vestido”[1].
Con estos párrafos, en ojos de una niña, describe la
escritora Dulce Chacón el final de la guerra civil española en su novela La
Voz Dormida inspirada en muchas historias personales de aquellos momentos.
Ronald Fraser en su recopilación de testimonios orales sobre la guerra civil Recuérdalo
tú, recuérdalo a otros también rememora con las misma tensión y drama
aquellos últimos instantes de la República española, poco antes de que Franco
publicara su famoso último bando de guerra: “Con los ojos fijos en el
horizonte, buscando el más leve rastro de un barco, Saturnino Carod se
imaginaba la terrible escena que tendría lugar si al fin llegaba algún navío.
(…) Estallaría una batalla sangrienta —la mayoría de los que esperaban iban
armados, eran militares como él—porque todo el mundo estaba decidido a embarcar
(…) El hombre que permanecía a su lado con un pitillo en la boca se suicidó
degollándose y cayó al suelo. Casi en el mismo instante, del otro lado del
puerto le llegó la noticia de que un conocido se acababa de pegar un tiro. El
suicidio se extendió como una epidemia. Cada vez que se volvía para mirar
algunas personas que corrían, era porque alguien acababa de tirarse al mar. Un
hombre se encaramó a un farol y empezó a proferir incoherencias sobre los
peligros que les esperaban. Al terminar de gritar, se tiró desde arriba y se
mató al chocar contra el suelo. ‘Por todas partes veías caras de desesperación.
Las mujeres lloraban, los niños se agarraban a las manos de sus madres. Varios
hombres parecían al borde de la locura’…”[2].
Sin embargo, aunque era el 1º de abril de 1939
cuando concluyó oficialmente la guerra civil, realmente ésta hacía tiempo que
estaba perdida. Los especialistas militares suelen tomar la Batalla del Ebro
(del 25 de julio al 14 de noviembre de 1938), como la confrontación decisiva en
la que se echó la suerte de la República. Esta batalla, la más larga de la
guerra, en la que se desplegó más material humano y militar, concluyó con el
hundimiento de Catalunya, el antiguo bastión obrero y revolucionario, cuyas
ciudades no resistieron el avance franquista. Si la ofensiva comienza el 23 de
diciembre de 1938, el 14 de enero cae Tarragona, el 26 Barcelona y para el 10
de febrero de 1939 todo el territorio catalán está en poder de Franco.
La caída de Catalunya aceleró el final de la guerra.
El 27 de febrero las potencias occidentales reconocen oficialmente a Franco y a
su dictadura y Manuel Azaña dimite como presidente de la República. Aunque el
presidente del gobierno, Juan Negrín, volvería a territorio republicano desde
Francia, un amplio sector de militares republicanos, encabezados por el coronel
Casado, darían un golpe de Estado en Madrid el 4 de marzo estableciendo un
Consejo de Defensa cuyo único propósito es organizar la rendición a Franco. Los
militares republicanos, antaño mimados por los dirigentes del PCE, se aliaban ahora
con los socialistas de derechas y los restos de la CNT, para concluir una
guerra que hacía meses que no se podía sostener. Pese a todas las proclamas de
Casado que prometían una “paz honrosa”, el leal “republicano” sólo consiguió
salvar su propio pellejo y el de sus allegados.
La historia oficial de PCE presenta a sus dirigentes
como los máximos defensores de la política de “resistencia a ultranza” (en
espera de una salvadora segunda guerra mundial), pero realmente los
estalinistas estaban profundamente desmoralizados. Ya en octubre de 1938 Stalin
había ordenado replegar a las Brigadas Internacionales y el suministro de
material bélico, siempre a cuenta gotas, alcanzó los mínimos. Según los propios
datos soviéticos, entre el 1 de octubre de 1936 y el 1 de agosto de 1938, la
URSS envió 52 barcos con material bélico. Pero, después de esa fecha,
demostrando que nunca pretendieron la victoria, los dirigentes de Moscú restringieron
el suministro a 3 navíos.[3] La
guerra civil española salía de las prioridades de Stalin: él, que había actuado
como el sepulturero de la revolución socialista iniciada con el alzamiento de
los obreros de Barcelona y Madrid el 19 de julio de 1936, cuando certificó la
previsible derrota militar republicana orientó sus objetivos hacia otros
derroteros. En cualquier caso, vista la experiencia, Stalin sabía perfectamente
que la cercanía de la segunda guerra mundial no obligaría a Inglaterra y
Francia a socorrer a la República, mucho menos cuando los gobiernos de ambos
países negociaban en secreto con Franco un reconocimiento diplomático que
llegaría muy pronto.
En septiembre de 1938, promovido por el primer
ministro inglés, Chamberlain, Alemania, Gran Bretaña, Italia y Francia
firmarían el Acuerdo de Múnich que desmembraba Checoslovaquia entregándolo a
manos nazis. Las burguesías inglesa y francesa eran más anticomunista que anti
nazi, y durante años habían llevado adelante una política de “apaciguamiento”
de Hitler para orientarlo a una guerra contra la URSS. Ante estos hechos,
Stalin no tuvo empacho en abandonar a su suerte a la República española y
comenzar a negociar un acuerdo con Hitler. Cuando el coronel Casado derribó al
gobierno republicano, los dirigentes del PCE, a pesar de la propaganda oficial,
correrían al exilio sin tomar ninguna iniciativa de envergadura para prolongar
la resistencia. La desmoralización en la zona republicana era absoluta. Ya
concluida la guerra civil y derrotada definitivamente la revolución española,
la burocracia estalinista culminará su actuación de aquellos años firmando con
los nazis un acuerdo: el Pacto Ribbentrop-Mólotov, que facilitara la invasión
alemana de Polonia y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
A todas luces se trató de un final dramático para
una guerra en la que el heroísmo de los trabajadores y campesinos españoles
había sido una fuente de tremenda inspiración para los oprimidos de todo el
mundo. Miles de trabajadores y revolucionarios de los cinco continentes no
dudaron en viajar a España a luchar contra el fascismo, dando sus vidas en
muchos casos. Y aquí se encontraban con un pueblo en armas, alzado no sólo
contra los fascistas, sino contra todo tipo de opresión: obreros, campesinos,
mujeres, jóvenes… se enfrentaron a Franco, pero también a los capitalistas.
Tomaron las fábricas, los campos, formaron sus propias milicias armadas.
Trataron de tomar el cielo por asalto.
Es significativo el relato que hace el escritor
comunista George Orwell en su libro Homenaje a Catalunya describiendo
precisamente la Revolución y el lamentable papel jugado por los dirigentes de
las organizaciones obreras que, buscando una imposible alianza con Inglaterra y
Francia, sacrificaron las conquistas de la revolución. El general republicano Vicente
Rojo, nada sospechoso de simpatizar con la revolución social, relata el
contraste entre el ambiente de resistencia de Madrid en noviembre de 1936, al
ambiente derrotista de Barcelona en enero de 1939: “¡Qué ambiente tan distinto!
¡Qué entusiasmo entonces!... ¡y qué decaimiento ahora! Barcelona, 48 horas
antes de la entrada del enemigo era una ciudad muerta… [Se] perdió lisa y llanamente
porque no hubo voluntad de resistencia, ni en la población civil, ni en algunas
tropas contaminadas por el ambiente.” [4]
Y efectivamente, en Madrid en noviembre del 36 la
revolución estaba viva. La clase obrera y la juventud luchaban contra el
fascismo y contra el capitalismo. El propio PCE, que durante toda la contienda se
convertiría en el defensor a ultranza de la consigna “primero la guerra, luego
la revolución”, se apoyó en la clase obrera madrileña y su espíritu
revolucionario para evitar la caída de la capital en manos de Franco. La
resistencia contra el fascismo se había basado desde el principio en la lucha
revolucionaria de las masas oprimidas. El 18-19 de julio del 36, a pesar de que
no pocos gobernantes republicanos burgueses estaban dispuestos a entregar
traicioneramente el poder a Franco,[5] el golpe
militar fascista fue derrotado en las principales ciudades gracias a la acción revolucionaria
de la clase obrera y el campesinado. Aquellas localidades donde las masas
obedecieron al gobierno republicano, los militares se hicieron con el control.
Allí donde las masas pasaron a la acción y decidieron ellas mismos frenar el
golpe de Estado, los fascistas fueron derrotados. La burguesía en su totalidad
se había pasado con armas y bagajes al campo del fascismo. Así que
inevitablemente, en su acción revolucionaria, armados tras derrotar a los
golpistas, los trabajadores no se limitaron con detener a los fascistas: tomaron
las fábricas, tomaron las tierras, establecieron comités obreros, organizaron
milicias… Fueron los dirigentes del Frente Popular los que salvaron al
capitalismo en la zona republicana. Restauraron la propiedad de las fabricas,
de la tierra, disolvieron los comités, las milicias, fortalecieron el antiguo
Estado burgués republicano y reconstruyeron un Ejército bajo su dirección, que
no luchaba, como ellos insistían, por la revolución social sino por una
“democracia” republicana que respetara las reglas del juego del capitalismo
internacional.
Cuando las tropas franquistas se acercaban a
Barcelona en 1939, ya habían pasado tres largos años de guerra, de sufrimiento
y de desgaste. Y lo más importante, la clase obrera había soportado y sufrido
una política que, dirigida por los dirigentes republicanos, estalinistas y
socialistas de derechas, eliminó todas las conquistas revolucionarias de los
primeros tiempos…Después de tres años, la perspectiva de una revolución
socialista triunfante se había arrancado del horizonte de los trabajadores que
empuñaban el fusil en las trincheras o producían en la retaguardia...
En palabras de León Trotsky: “El proletariado
[español] ha manifestado cualidades combativas de primera categoría. Por su
peso específico en la economía del país, por su nivel cultural y político, se
encontraba, desde el principio de la revolución, muy por encima del
proletariado ruso a comienzos de 1917. Los principales obstáculos para la
victoria fueron sus propias organizaciones. […] El resultado de todo su trabajo
[el de los dirigentes de las organizaciones obreras] fue que el campo de la
revolución socialista (obreros y campesinos) se encontró sometido a la
burguesía, o, más exactamente, a su sombra; perdió su carácter, perdió su
sangre. No faltó ni el heroísmo de las masas ni el coraje de los
revolucionarios aislados. Pero las masas fueron abandonadas a sí mismas y los
revolucionarios fueron apartados de ellas, sin programa, sin plan de acción. La
dirección militar se ocupó más de aplastar a la revolución socialista que de
las victorias militares. Los soldados perdieron la confianza en sus mandos, las
masas en su gobierno, los campesinos se situaron al margen, los obreros se
hastiaron, las derrotas se sucedían, la desmoralización crecía” [6]
Cuando los historiadores burgueses hablan de las
causas que provocaron la derrota de la República enuncian un listado de
razones, aparentemente contundentes. Según ellos, la ayuda que Alemania e
Italia brindaban a Franco fue una de las razones más decisivas. Con esta ayuda,
y la falta de apoyo de los gobiernos “democráticos”, Franco tenía una superioridad
armamentística incuestionable. Además en la zona republicana “reinaba la
anarquía”, cuando por fin se puso orden y se constituyó un nuevo ejército
organizado y disciplinado se había perdido mucho tiempo. Por último, las
propias rencillas entre las organizaciones del Frente Popular fueron un factor
de peso. En lugar de mantenerse todos unidos contra el fascismo, anarquistas,
poumistas, socialistas, republicanos y comunistas luchaban unos contra otros. Todas
estas “razones”, aparentemente ponderadas y que encierran una parte de verdad, ocultan
el factor fundamental que determinaba el rumbo de los acontecimientos: la revolución
socialista que se estaba produciendo en el campo republicano y que suponía no
sólo un desafío a Franco y la burguesía española, también al capitalismo
mundial y a la burocracia estalinista.
Respecto al factor militar, por supuesto no se trata
de despreciar el papel de Italia o Alemania. Su ayuda fue esencial para
sostener al ejército de Franco y darle una capacidad ofensiva de la que carecía
por completo. Más vergonzoso —y también más desconocido— fue la ayuda que
Franco recibió de las “potencias democráticas”, EEUU, Gran Bretaña y Francia en
forma de petróleo, financiación, apoyo diplomático... Pero si todo lo reducimos
al número de tanques, a la munición y a la pericia de los generales, nunca en
la historia podrían haber vencido los oprimidos a los opresores. Y sin embargo,
hay numerosas experiencias que demuestran justamente lo contrario. Poderosos
ejércitos, bien armados y pertrechados, han resultado derrotados por masas de trabajadores
y campesinos. Los revolucionarios franceses de 1789-1793, con los oficiales del
ejército del lado de la reacción, derrotaron a una coalición de ejércitos
europeos que querían reinstaurar la monarquía absoluta. Lo mismo sucedería
posteriormente con los bolcheviques que entre 1917 y 1921 lograron rechazar la
invasión de 21 ejércitos extranjeros y resultaron victoriosos en una peligrosa
guerra civil financiada y armada por la reacción zarista y el imperialismo.
Pero más recientemente asistimos a la victoria del pueblo vietnamita en la
lucha contra el ejército norteamericano, la fuerza militar más poderosa de la
historia. Las armas, la técnica militar, incluso la disciplina tienen una gran
importancia, pero no es lo único, ni lo más importante.
Trotsky, fundador del Ejército Rojo, explica la
clave de la victoria de los bolcheviques en la guerra civil contra los blancos:
“¿Es preciso recordar que si la Revolución de Octubre logró vencer tras tres
años de guerra contra innumerables enemigos, incluidos los cuerpos
expedicionarios de las más poderosas potencias imperialistas, fue porque
durante los combates los campesinos se habían asegurado la posesión de la
tierra y los obreros la de las fábricas? Sólo la fusión entre la transformación
socialista y la guerra civil hizo invencible a la revolución rusa.” Y más
adelante: “Es simplemente ridículo el explicar la derrota mediante referencias
a la intervención militar de los fascistas italianos y los nazis alemanes y la
pérfida conducta de las “democracias” francesa e inglesa. Los enemigos seguirán
siendo enemigos. La reacción intervendrá siempre que pueda. La “democracia”
imperialista traicionará siempre. Pero, ¿significa esto qué es imposible la
victoria del proletariado? ¿Qué decir de la victoria del fascismo en Italia e
incluso en Alemania? Allí no hubo intervención. En lugar de eso había un proletariado
poderoso, un gran Partido Socialista y, en el caso de Alemania, un gran Partido
Comunista igualmente, ¿Por qué no se venció al fascismo? Precisamente porque
los partidos dirigentes de esos países se esforzaban por reducir la cuestión a
la lucha “contra el fascismo” [todos los demócratas unidos contra el fascismo],
en tanto que sólo la revolución socialista puede vencer al fascismo.”[7]
Efectivamente; profundizar la revolución socialista
hubiera causado un efecto electrizante entre las masas obreras, pero también en
las zonas dominadas por Franco y en toda Europa. Para empezar los trabajadores
y campesinos revolucionarios hubieran luchado con más ahínco para defender las
conquistas recién adquiridas. Ya no estarían luchando para que, una vez
concluida la guerra, nada hubiera cambiado: el señorito continuara dominando el
cortijo y el capitalista la fábrica. Todo lo contrario, la lucha serviría para
consolidar una nueva sociedad sin oprimidos y opresores.
El empuje revolucionario afectaría a la población de
la retaguardia dominada por Franco. Con la revolución en marcha, demostrando a
los campesinos que componían la base del ejército de Franco lo que realmente
significaba la emancipación social, la semilla de la desmoralización y la
desintegración habrían penetrado en los ejércitos fascistas. Incluso sus tropas
de choque, el ejército africano compuesto por campesinos marroquíes, hubiera
quedado muy tocado ante un gobierno revolucionario dispuesto a reconocer la
libertad e independencia de Marruecos alentando la lucha contra los
terratenientes y burgueses de las cabilas.
Pero además las revoluciones son muy contagiosas: En
Francia había un gobierno de Frente Popular, demostración electoral de la
situación de efervescencia social que vivía el país vecino. La revolución
española era un tremendo polo de atracción. Las oleadas de voluntarios, más
arriba mencionados, dispuestos a acudir a España a luchar contra el fascismo,
así lo demuestran. Con una dirección marxista, bolchevique, los miles de
obreros franceses que acudieron a pelear a España contra Franco se habrían
convertido en la vanguardia de la revolución socialista también en su país,
inspirando a la clase obrera francesa. De la oleada revolucionaria no se
habrían escapado ni los países fascistas. Como poco después se vería, el
régimen de Mussolini estaba muy debilitado, una victoria de la Revolución en
España probablemente hubiera causado su caída. El triunfo socialista en suelo
español hubiera cambiado el curso de los acontecimientos tal como los
conocemos, y que desembocaron en los horrores sin límite de la segunda guerra
mundial. Pero la condición indispensable para la victoria, una organización
revolucionaria marxista, probada en la lucha de clases y con influencia entre
las masas, dispuesta a terminar con el poder capitalista hasta sus últimas
consecuencias, no existía.
En su último artículo inconcluso, Clase, partido
y dirección, Trotsky trata la cuestión clave de la dirección
revolucionaria: “En 1936 —por no remontarnos más lejos— los obreros españoles
han rechazado el ataque de los oficiales, que habían puesto a punto su
conspiración bajo el ala protectora del Frente Popular. Las masas han improvisado
milicias y han levantado comités obreros, ciudadelas de su propia dictadura.
Por su parte, las organizaciones dirigentes del proletariado han ayudado a la
burguesía a disolver esos comités, a poner fin a los atentados de los obreros
contra la propiedad privada y a subordinar las milicias obreras a la dirección
de la burguesía y, para colmo, con el POUM participando en el gobierno, tomando
así directamente su responsabilidad en el trabajo de la contrarrevolución. (…)
Aunque las masas hayan adoptado una línea correcta, no han sido capaces de
romper la coalición de socialistas, comunistas, anarquistas y del POUM con la
burguesía. (…) Las masas, que han intentado sin cesar abrirse un camino hacia
la vía correcta han descubierto que la construcción, en el fragor mismo del
combate, de una nueva dirección que respondiera a las necesidades de la
revolución, era una empresa que sobrepasaba sus propias fuerzas. (…) Pero
incluso cuando la antigua dirección ha revelado su propia corrupción interna,
la clase no puede improvisar inmediatamente una nueva dirección, sobre todo si
no ha heredado del período precedente los cuadros revolucionarios sólidos,
capaces de aprovechar el derrumbamiento del viejo partido dirigente.” [8]
II.
Fascismo y guerra de exterminio
Tenemos que matar, matar y matar, ¿sabe usted? Son
como animales, ¿sabe?, y no cabe esperar que se libren del virus del
bolchevismo. Al fin y al cabo, ratas y piojos son los portadores de la peste.
Ahora espero que comprenda usted qué es lo que entendemos por regeneración de
España
Gonzalo de Aguilera
Capitán del ejército de Franco, terrateniente y amigo personal de Alfonso XIII[9]
Capitán del ejército de Franco, terrateniente y amigo personal de Alfonso XIII[9]
Desde la misma proclamación de la Segunda República
el principal objetivo de la burguesía fue tratar de evitar una revolución socialista.
Primero, cuando no le quedó otro remedio, se deshicieron del Rey y se vieron
obligados a conceder algunas reformas democráticas y aceptar la llegada de la
república. Para ello se apoyaron en los dirigentes reformistas del PSOE y los
republicanos, pensando en que de esta forma podrían contener el movimiento
revolucionario de las masas. Pero el temprano intento de golpe de Estado del
general Sanjurjo en agosto de 1932, derrotado por la acción del movimiento
obrero sevillano, puso en evidencia las verdaderas intenciones de la reacción.
El tiempo de las concesiones democráticas había pasado, realmente si estas se
habían dado con la República era por el miedo que la burguesía sentía al
movimiento ascendente de las masas y no por ninguna veleidad democrática de la
clase dominante.
Al igual que en Alemania o Italia, la clase
dominante española optó por una salida fascista a la crisis revolucionaria en
marcha. Trotsky explicó el lugar del fascismo en la historia, precisamente como
resultado de la crisis senil del capitalismo: “Para toda una serie de fases, la
burguesía afirmó su poder bajo la forma de la democracia parlamentaria. Pero de
nuevo, no pacífica ni voluntariamente. La burguesía temía mortalmente el
sufragio universal. Pero a la larga, con la ayuda de una combinación de
represión y concesiones, con la amenaza del hambre unida a las reformas,
consiguió subordinar en el marco de la democracia formal no sólo a la vieja
pequeña burguesía, sino, en gran medida, también al proletariado, por medio de
la nueva pequeña burguesía, la burocracia obrera. En agosto de 1914, la
burguesía imperialista pudo, por medio de la democracia parlamentaria, llevar a
millones de obreros y campesinos a la carnicería. Pero precisamente con la
guerra empieza la clara decadencia del capitalismo y, sobre todo, de su forma
democrática de dominación. En adelante ya no se trata de nuevas reformas y
limosnas, sino de reducir y suprimir las antiguas. Con ello, la burguesía entra
en conflicto no sólo con las instituciones de la democracia proletaria
(sindicatos y partidos políticos), sino también con la democracia
parlamentaria, en cuyo marco surgieron las organizaciones obreras. (…) Pero
igual que las cumbres de la burguesía liberal fueron incapaces en su época,
sólo con su propia fuerza, de desprenderse del feudalismo, la monarquía y la
iglesia, así los magnates del capital financiero son incapaces, sólo con su
fuerza, de enfrentarse con el proletariado. Necesitan el apoyo de la pequeña
burguesía. Para este fin, debe ser ganada, puesta en pie, movilizada y armada”[10].
Juan Ignacio Ramos explica en su libro Revolución
socialista y guerra civil, los planes de la burguesía española para
organizar un partido fascista de masas que terminara con la República y con
cualquier atisbo de derecho democrático: “A comienzos de 1933, la burguesía
española había emprendido firmemente el camino de cohesionar sus fuerzas y
pasar a la ofensiva, preparando las futuras batallas, las parlamentarias y las
que se librarían en las calles, las más decisivas. Entre febrero y mayo de ese
año se constituyó la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA). (…)
La CEDA contaba con más de 700.000 militantes y una fuerte sección de choque en
torno a sus juventudes (Las JAP, Juventudes de Acción Popular). Su base social
movilizaba a los medianos y pequeños propietarios (…) y por supuesto, a la
pequeña burguesía de las ciudades influida por el clero. No era ningún secreto
que la financiación y el respaldo político de la CEDA provenían de los industriales,
banqueros y grandes terratenientes del país. Las intenciones de la coalición
liderada por Gil Robles eran transparentes, aunque cierta historiografía haya
intentado lavar su imagen. (…) Muchas voces han querido excluir a la CEDA de un
supuesto catálogo de organizaciones fascistas “químicamente puras”. En este
sentido, conviene distinguir que el fascismo nunca se presentó de una forma
homogénea en sus fuentes doctrinarias, y aunque existían diferencias
conceptuales destacables, por ejemplo entre el fascismo de Mussolini y el
programa nazi de Hitler, las bases materiales y políticas de ambos coincidían
plenamente”.[11]
Si los fascistas no pudieron llegar al poder a
través de las urnas utilizando a la propia democracia republicana fue
precisamente gracias, una vez más, a la acción de la clase obrera. La
insurrección fallida de octubre de 1934, si bien no logró derrumbar el
capitalismo, si consiguió paralizar los planes de la burguesía y la CEDA.
La decisión del levantamiento militar estaba tomada
por la burguesía antes de que la derecha perdiera las elecciones de febrero de
1936. Los últimos meses de Gil Robles como ministro de la Guerra prepararon al
ejército para el eventual golpe de Estado, pero los planes y las discusiones en
torno a esta cuestión se remontan a 1932 y 1934. A las 4 de la mañana del 17 de
febrero de 1936, inmediatamente después de la primera vuelta electoral, Gil
Robles incitó al primer ministro en funciones, Manuel Portela Valladares, a
anular los resultados de las elecciones con su ayuda y la del Ejército. Horas
más tarde, fue el general Francisco Franco, entonces jefe del Estado Mayor
Central, quién lo presionó para que declarase el estado de guerra con el fin de
impedir el traspaso de poderes al Frente Popular.[12]
Cuando el golpe militar era inminente y los
oficiales leales de la Unión Militar Republicana y Antifascista (UMRA), que
habían hecho acopio de toda la información al respecto, se entrevistaron con
Casares Quiroga —jefe del gobierno y ministro de guerra en aquel momento— para
informarle de la gravedad de la situación, la respuesta fue decepcionante.
Casares Quiroga afirmó que no había peligro de golpe militar y se negó a
adoptar ninguna medida de depuración de los mandos facciosos, tal como exigía
la UMRA[13].
Para llevar a cabo sus planes, la clase dominante
contaba con un aparato concienzudamente engrasado. En la lucha contra el
enemigo interior, el ejército había sido empleado con saña para aplastar a los
trabajadores y los jornaleros: en la Semana Trágica y la huelga general de
agosto de 1917; en las luchas del trienio bolchevique y bajo la dictadura de
Primo de Rivera; pero también en los seis años republicanos de 1931 a
1936, en los que el ejército y las fuerzas policiales siguieron bajo el control
directo de mandos derechistas y se emplearon a fondo en la represión de las
huelgas, en los horribles asesinatos de campesinos en Casas Viejas, en la
persecución de los obreros revolucionaros que siguió a la Comuna asturiana de
1934. En este último caso, el mismísimo Franco puso en práctica todo un ensayo
de la guerra civil, fusilando a más de 200 trabajadores y deteniendo a más de
10.000.
Este aparato militar tenía asimismo una larga
experiencia en el exterior, en sus actuaciones durante las guerras coloniales,
especialmente contra la población marroquí. La Legión, por ejemplo, de la cual
fueron comandantes, entre otros, Millán Astray y Franco, reclutó a lúmpenes
para emplearlos en las razzias contra los rebeldes rifeños: “Criminales
comunes, pistoleros, veteranos de la Primera Guerra Mundial que habían sido
incapaces de adaptarse a la paz. Tanto Franco como Millán Astray plantearon la
Legión como una especie de purgatorio vital que ofrecería a los desheredados
reclutas la redención mediante el sacrifico, la disciplina, las penalidades, la
violencia y la muerte”[14].
Esa brutalidad característica fue usada con todos
los recursos disponibles por el ejército franquista durante la guerra civil.
Eran métodos copiados de los utilizados en las guerras africanas.
En la noche del 17 de julio, cuando el golpe militar
se puso en marcha, en el protectorado de Marruecos fueron asesinadas 189
personas[15]. Esa
mañana aparecían los primeros cadáveres en las calles o abandonados en las
playas. También comenzaría a funcionar el campo de concentración de Zeluán. En
Canarias, el número de asesinados es desconocido, ya que los militares no
tuvieron empacho en arrojar los cadáveres al océano.
El 18 y 19 de julio de 1936, la respuesta de miles
de trabajadores en Barcelona y Madrid, y en una mayoría de grandes ciudades,
abortó los planes de un rápido triunfo del golpe. A partir de ese momento, el
ejército sublevado inició una sangrienta política de conquista y exterminio que
puede caracterizarse de auténtico genocidio. No sólo eliminaba a los cargos
civiles y militares contrarios al golpe o a los dirigentes de los partidos
políticos adheridos al Frente Popular o de los sindicatos, sino a todo aquel
obrero o campesino cuyo asesinato pudiera servir de escarmiento.
El objetivo de los militares y los fascistas que
actuaron como tropas de limpieza en la retaguardia era sembrar un terror
masivo. Había que dar a las masas una lección inolvidable. Los sublevados
necesitaban aplastar su voluntad de lucha, y asesinar a decenas de miles era la
mejor manera de que no se atrevieran a exigir sus derechos nunca más. La
mecánica de esta política de exterminio era aterradora. Sólo en agosto de 1936,
584 personas fueron asesinadas en la ciudad de Sevilla y 1.084 en la provincia
de Huelva (4.658 en todo ese año).[16] En
la ciudad de Zaragoza, los datos hablan de 2.598 víctimas registradas durante
1936.[17] Paul
Preston da una cifra general de asesinados por la represión franquista durante
la guerra de 180.000 personas[18], a
las que habría que sumar las bajas en el frente y los civiles muertos en
acciones militares como los bombardeos (294 en el de Gernika y 300 en el de
Alicante).
El general Yagüe, autor de la masacre de Badajoz, le
habló muy claro al periodista norteamericano John Thompson Whitaker: “Claro que
los fusilamos. ¿Qué esperaba? ¿Suponía que iba a llevar 4.000 rojos conmigo
mientras mi columna avanzaba contrarreloj? ¿Suponía que iba a dejarles sueltos
a mi espalda y dejar que volvieran a edificar una Badajoz roja?”[19]. La
represión franquista no fue un acto de “descontrol” o una “tragedia inevitable
causada por la locura de la guerra”, como algunos apologistas del franquismo
señalan, sino una acción planificada y organizada sistemáticamente con
objetivos bien definidos. No es casualidad que numerosos historiadores opinen
que el mismísimo Hitler se inspiró en la represión franquista a la hora de
lanzar la “guerra total” durante la Segunda Guerra Mundial.
Existen numerosos relatos sobre la brutal represión
fascista. En muchos pueblos dejaron expuestos los cadáveres para que los
vecinos se horrorizaran. La tristemente célebre matanza de Badajoz, donde según
la cifra dada por el propio Yagüe se aniquiló al 10% de la población de la
ciudad extremeña, es el ejemplo más claro. Este es el relato de un muchacho que
entonces tenía 15 años: “Más tarde nos pasaron a la plaza de toros y nos
alojaron en unos pasadizos que había por debajo de las gradas y que no había
más luz que la que dejaba pasar por las ranuras o arpilleras que había en las
murallas (...) Nosotros, de la familia, nos encontrábamos allí mi padre, mi
hermano y yo (...) Al día siguiente empezaron los fusilamientos. El sistema que
tenían era el siguiente: entraban por la puerta que daba al ruedo de la plaza
un cabo bajito de la Legión y pistola en mano y cojeando porque tenía el
pantalón ensangrentado como de estar herido. Este señor contaba hasta veinte,
los sacaba al ruedo, donde ya esperaban los guardias civiles que componían el
piquete de ejecución (...) Una vez fusilados llamaban a algunos de los que allí
se encontraban para que cargaran los muertos en una camionetilla chica y se los
llevaban creo que al cementerio. Cuando la camioneta regresaba, contaban otros
veinte, que se conoce que era la carga del vehículo o no podía con más, y así
todo el día o días”.[20]
Otro periodista, esta vez portugués, Mário Neves,
también dejó por escrito sus impresiones, dándonos una idea precisa de la
magnitud de la masacre: “Hace diez horas que la hoguera arde. Un horrible hedor
penetra por nuestras fosas nasales, hasta el punto que casi nos revuelve el
estómago. De vez en cuando se oye una especie de crepitar siniestro de madera
(...) Al fondo (...), sobre una superficie de más de cuarenta metros, más de
trescientos cadáveres, en su mayoría carbonizados. Algunos cuerpos, colocados
precipitadamente, están totalmente negros, pero hay otros cuyos brazos o
piernas han escapado a las llamas provocadas por la gasolina derramada sobre
ellos. El sacerdote que nos acompaña comprende que el espectáculo nos desagrada
y trata de explicarnos: ‘Merecían esto. Además, es una medida de higiene
indispensable’…”.[21]
Desde el primer momento, la Iglesia católica fue un
firme apoyo de los militares y los fascistas. Si el cardenal Gomá, primado de
España, caracterizaba el alzamiento como “providencial” y la guerra como
“plebiscito armado”[22], otro
obispo, Pla y Denial, en su carta pastoral Las dos ciudades,
calificó la insurrección fascista de “cruzada”. La complicidad fue absoluta,
también en las ejecuciones sumarias. Como relata el sacerdote Gumersindo de
Estella: “Como sacerdote y como cristiano sentía repugnancia ante tan numerosos
asesinatos y no podía aprobarlos (...) Mi actitud contrastaba vivamente con la
de otros religiosos, incluso superiores míos, que se entregaban a un regocijo
extraordinario y no sólo aprobaban cuanto ocurría, sino aplaudían y prorrumpían
en vivas con frecuencia”.[23] Sus
memorias están llenas de estremecedores relatos que describen ese “regocijo”.
A la represión fascista no escaparon las mujeres. No
había distinción entre una mujer roja o una mujer casada con un rojo, aunque
hubiera demostrado su beatitud. Algunas fueron asesinadas para arrancar
confesiones a sus maridos o por haber bordado, en su día, una bandera
republicana para el pueblo. Si el terror buscaba dar un escarmiento, con las
mujeres el escarmiento tenía que ser mayúsculo: las rojas habían osado
cuestionar el papel que la reacción y la “tradición” les tenían reservado,
habían tratado de elevarse por encima del machismo, la ignorancia y la
superstición. Los fascistas no lo podían tolerar, necesitaban que la mujer
volviera a su estado de sumisión y postración.
Las que no fueron asesinadas sufrieron un calvario
especialmente doloroso. No sólo se las violaba, como ocurrió en miles de
ocasiones, sino que se les rapaba la cabeza, para que quedaran claramente
identificadas y humilladas, y se les obligaba a tomar purgantes que las
“purificaran” después de tanto pecado. Estas prácticas se convirtieron en
habituales. Con la complicidad del clero, miles de mujeres fueron además
obligadas a prostituirse a cambio de favores o vanas promesas de perdón a
familiares detenidos. La desesperación llevaba a estas mujeres a someterse a
cualquier cosa para tratar de salvar a su hijo, su marido o su hermano. Muchas
veces estas vejaciones no servían para nada porque su ser querido ya había sido
asesinado.
Ni siquiera los niños se salvaron. Citamos dos
ejemplos de menores: “el de Carmelo Blanco Zambrano, de 16 años, a quien
asesinaron en Fuente de Maestre (Badajoz) ‘porque se trajo un pito y un balón
en el saqueo de la casa de los señoritos’, y el de Juan Manuel Martínez Báez,
de 14 años, asesinado en Ribera del Fresno (Badajoz) porque ‘se enemistó con
otro chico más o menos de su misma edad, al parecer hijo de un importante
personaje”[24].
El vil interés monetario también jugó un papel en la
represión, en la llamada desamortización de bienes marxistas.
Aunque la mayoría de los asesinados eran gente muy humilde, se produjo un robo
sistemático de sus propiedades y ahorros, por pequeños que fueran, no sólo de
los individuos particulares, sino también de las organizaciones de izquierdas.
Un expolio del que se beneficiaron, sobre todo, los terratenientes de toda la
vida y los dirigentes de Falange, que utilizarían su nueva posición política
para amasar grandes fortunas y convertirse en nuevos ricos. Recientemente, unas
2.000 familias de todo el Estado están solicitando recuperar el dinero
republicano que les fue incautado a partir de 1938. Según las cuentas del
propio Banco de España, sólo por esta vía el franquismo se apropió de 3.500
millones de pesetas republicanas, el equivalente a 5.300 millones de euros.[25]
No se puede entender toda esta ferocidad sin
enmarcarla dentro de un profundo odio de clases. Terratenientes, empresarios,
falangistas, sacerdotes... utilizaron la represión, el asesinato y las cárceles
para saldar las cuentas pendientes con quienes les habían hecho frente en los
años anteriores. A los jornaleros detenidos, cuando estaban a punto de ser
ejecutados, era común insultarlos: “¡Preparaos, que os vamos a dar la reforma
agraria!”, en referencia al trozo de tierra donde arrojarían su cadáver. Este odio
no finalizó con la victoria militar de Franco. Las dos Españas, la
de los vencedores y la de los vencidos, existieron durante los cuarenta años de
dictadura.
Como explica Trotsky: “El fascismo no es solamente
un sistema de represión, violencia y terror policiaco. El fascismo es un
sistema particular de Estado basado en la extirpación de todos los elementos de
la democracia proletaria en la sociedad burguesa. La tarea del fascismo no es
solamente destruir a la vanguardia comunista, sino también mantener a toda la
case en una situación de atomización forzada. Para esto no basta con exterminar
físicamente a la capa más revolucionaria de los obreros. Hay que aplastar todas
las organizaciones libres e independientes, destruir todas las bases de apoyo
del proletariado y aniquilar los resultados de tres cuartos de siglo de trabajo
de la socialdemocracia y los sindicatos”.[26]
III. La España de la barbarie
Tras el 1 de abril de 1939, “desarmado y cautivo el
ejército rojo”, lo peor estaba por llegar. Para empezar, hay que recordar el
desastre económico en que se sumió la inmensa mayoría de la población. Para las
penurias económicas también había dos Españas, y fueron las familias obreras
las que sufrieron las penalidades de la posguerra. En los primeros años de la
dictadura franquista, el hambre se extendió por pueblos y ciudades. La renta
nacional retrocedió a niveles de 1914 y casi 200 localidades situadas a lo
largo de los frentes estaban reducidas a escombros, por lo que cuatro millones
de personas no tenían hogar. Además, las enfermedades se convertían en plagas:
morían 30.000 personas al año de tuberculosis. La inflación era galopante, lo
que deterioraba aún más el ya de por sí bajo poder adquisitivo de los
trabajadores[27]. Según
el historiador pro-franquista Ricardo de la Cierva, unas 30.000 personas
murieron de hambre entre 1939 y 1945. Otros historiadores, al incluir también
las muertes provocadas por la desnutrición, elevan la cifra a 200.000, sin duda
más cercana a la realidad.
En esta atmósfera, la corrupción y el mercado negro
—el famoso estraperlo— arruinaron aún más a las familias obreras mientras que
otros, incluida la burocracia falangista, se hacían de oro: “El sistema
instaurado benefició sobre todo a los grandes propietarios, que obtuvieron prebendas
y lograron especular con los bienes. La aparición del mercado negro no
constituyó ni mucho menos una práctica esporádica o residual, sino que
probablemente por sus circuitos se produjo un volumen de transacciones superior
incluso al cauce oficial. (...) La necesidad de adquirir productos a la vez
necesarios y escasos coincidía con las ansias especulativas de unos pocos bien
situados en el entramado económico, acrecentadas si cabe por la inoperancia de
la intervención estatal. Delinquir era relativamente sencillo y, además, la
recuperación de lo invertido estaba garantizada con creces. La participación en
las operaciones especuladoras venía de la mano de los poderes locales, así como
de numerosos funcionarios encargados de gestionar los productos recabados. Con
estos ingredientes, difícilmente el Gobierno iba a tomar decisiones que
afectaran a sus propios socios”.[28].
Pero al régimen franquista no le bastaba con la
victoria, necesitaba masacrar a los vencidos, aplastarlos para que nunca más se
levantaran. Julián Casanova relata así la hecatombe que continuó al fin de la
guerra: “No menos de 50.000 personas fueron ejecutadas en los diez años que
siguieron al final oficial de la guerra el primero de abril de 1939, después de
haber asesinado ya alrededor de 100.000 ‘rojos’ durante la contienda. Medio
millón de presos se amontonaban en las prisiones y campos de concentración en
1939. La tragedia y el éxodo dejaron huella. La ‘retirada’, como se conoció a
ese gran exilio de 1939, llevó a Francia a unos 450.000 refugiados en el primer
trimestre de ese año, de los cuales 170.000 eran mujeres, niños y ancianos.
Unos 200.000 volvieron en los meses siguientes para continuar su calvario en
las cárceles de la dictadura franquista (...) Los asesinatos arbitrarios, los
‘paseos’ y la ley de Fugas se mezclaron con la violencia institucionalizada y
‘legalizada’ por el nuevo Estado”.[29]
Sólo en Catalunya, tras la conquista militar se
celebraron 111.000 consejos de guerra.[30] Entre
1936 y 1947 funcionaron 190 campos de concentración a imagen y semejanza de los
alemanes. El campo de Miranda del Ebro, el que más tiempo estuvo en
funcionamiento, llegó a alojar a 80.000 personas, entre ellos a 15.000
extranjeros que huían de los nazis.[31]
Por establecer algunas comparaciones, ese mínimo de
50.000 ejecutados —que numerosos historiadores elevan a 90.000 o incluso a más
de cien mil[32]—
supera con creces la suma de las bajas sufridas por el ejército español en
todas las guerras libradas durante el siglo XIX y XX en Marruecos, Cuba,
Filipinas y contra los EEUU. El historiador Edward Malefakis tiene que
reconocer que esa cifra teórica de 50.000 muertes es veinte veces mayor que los
2.500 fascistas ajusticiados en Paracuellos del Jarama —el ejemplo que siempre
utilizan los defensores del franquismo para equiparar a víctimas con verdugos—
y 151 veces más que los 330 muertos acaecidos durante los primeros meses de gobierno
del Frente Popular, que, según los franquistas, fueron meses de “caos rojo” que
justificaron la sublevación militar.[33] Los
datos lo demuestran: el objetivo del Estado franquista era institucionalizar el
resultado de la guerra, perpetuar la venganza de la clase dominante para que el
recuerdo de la derrota deprimiera a las nuevas generaciones. El miedo y el
terror del Estado eran fundamentales para evitar futuros desafíos de la clase
obrera.
Durante la guerra civil, utilizando los prejuicios
religiosos alimentados por la Iglesia y las incoherencias y debilidades de la
propia República, el bando fascista había logrado agrupar a muchos pequeños
propietarios y campesinos políticamente atrasados. Terminada la guerra, la
“Nueva España” capitalista y dictatorial no podía garantizar las demagógicas
promesas falangistas. La represión y el terror se convertían en sostén
fundamental de la dictadura.
Las leyes se adaptaron para crear una red de
espionaje masivo que alimentara un clima de terror constante. Así, el instructor
solicitaba informes sobre el acusado al alcalde, al jefe local de la Falange
—muchas veces la misma persona—, al párroco y al comandante de la Guardia
Civil, convirtiendo a estos personajes en los oídos y los ojos del régimen, una
legión de chivatos que se entregaron con entusiasmo a la tarea. La Iglesia,
cuyo premio fue recuperar todos sus privilegios, asumía plenamente su papel de
“policía espiritual” de los tiempos de la Inquisición: “Los sacerdotes
rebasaron ampliamente aquello que les pedían y se esmeraron en hacer exhaustiva
relación de todas aquellas circunstancias que, basadas en hechos o rumores,
pudieran agravar la situación de los acusados”[34].
En los informes se tenían que describir los
antecedentes políticos y sociales del acusado, anteriores y posteriores al 18
de julio de 1936[35], es
decir, las leyes represivas eran retroactivas. Así, la ley de Responsabilidades
Políticas de 1939 declaraba “la responsabilidad política de las personas, tanto
jurídicas como físicas” que desde el 1 de octubre de 1934 “contribuyeron a
crear o a agravar la subversión de todo orden” y a partir del 18 de julio de
1936 “se hayan opuesto o se opongan al Movimiento Nacional con actos concretos
o con pasividad grave”.[36]
Aunque legalmente nadie podía ser retenido sin cargos
durante más de 72 horas, las autoridades se saltaban la legislación sin ningún
escrúpulo y los acusados permanecían días y días en las comisarías, sometidos a
brutales palizas. Cientos de presos fueron torturados y apaleados hasta la
muerte; otros fueron directamente “paseados”.
Por supuesto, los chivatos eran premiados. En
tiempos de miseria y hambre, se les garantizaba un puesto de trabajo, unos
ingresos regulares o el perdón para algún familiar detenido. Era una manera que
tenía el régimen de ampliar su base social: al implicarles en todas las
injusticias imaginables, los fascistas lograban que estos individuos cerraran
filas con el gobierno para evitar el regreso de los vencidos. Claro está que de
las desgracias ajenas siempre hubo quienes trataron de aprovecharse. Numerosos
cargos policiales y militantes falangistas les pedían dinero a sus víctimas o
las chantajeaban.
En este régimen policiaco, se daba rienda suelta a
los sectores más putrefactos de la sociedad, a verdaderos psicópatas que
gozaban con sadismo de su labor. El religioso Gumersindo de Estella también
relata como muchos de sus colegas disfrutaban durante las torturas; sentían un
“placer inconfesable”, era “consolador”, lo encontraban “edificante”.
“Decididos a poner su religión en todas partes —escribe Juan de Iturralde—, la
pusieron también en la boca de sus víctimas, obligándoles a gritar ¡Viva
España! ¡Viva Cristo Rey!”.[37]
De hecho, una de las primeras medidas adoptadas por
Franco nada más finalizar la guerra fue vaciar las cárceles republicanas para
reclutar a toda la escoria social que se adscribiera al Movimiento: “Se
entenderán no delictivos los hechos que hubieran sido objeto de procedimiento
criminal por haberse calificado como constitutivos de cualquiera de los delitos
contra la Constitución, contra el orden público, infracción de leyes de
tenencia de armas y explosivos, homicidios, lesiones, daños, amenazas y
coacciones, y de cuantos con los mismos guarden conexión, ejecutados desde el
14 de abril de 1931 hasta el 18 de julio de 1936, por personas de las que
conste de modo cierto su ideología coincidente con el Movimiento Nacional y
siempre que aquellos hechos, por su motivación político-social, pudieran
estimarse como protesta contra el sentido antipático de las organizaciones y
gobierno que por su conducta justificaron el Alzamiento”.[38]
El Estado franquista se construyó con estos
ladrillos, incluida por supuesto la jefatura del Estado: “ignoraban la
sencillez con la que Franco despachaba las sentencias de muerte, el tristemente
famoso ‘enterado’ del Generalísimo, contado posteriormente por ilustres
vencedores como Ramón Serrano Súñer o Pedro Sainz Rodríguez con la gracia y la
impunidad que proporciona el paso del tiempo. (...) Allí estaba a menudo, con
su Caudillo, el capellán José María Bulart, que se permitía la licencia de
bromear sobre el asunto: ‘¿Qué? ¿Enterrado?’. Al bueno y católico de Bulart le
llegaban muchas cartas de petición de clemencia, pero él tenía por costumbre
arrojarlas a la papelera”.[39]
Otro capítulo de este horror lo constituían los
presos políticos. Según Antonio Miguel Bernal, sólo entre 1939 y 1943 hubo más
de 550.000 presos. Entre 1939 y 1940, en la prisión Modelo de Valencia se
hacinaban 15.000 prisioneros, aunque su capacidad era de 528 reclusos, y la de
Barcelona, abarrotada con 10.000 presos, fue ampliada con un correccional
abandonado y las naves de una fábrica de Poblenou.[40] Mucho
peores eran las condiciones de las cárceles femeninas: la de Las Ventas, en
Madrid, con capacidad para 500, albergaba a 8.000 presas; la de Las Corts, en
Barcelona, construida para 100, recluía a 2.000 mujeres.
Con unas cárceles abarrotadas, como reconocía el
propio gobierno, ¿por qué no usar a todos esos ‘rojos’ como esclavos en
trabajos forzados? Además era imposible fusilarlos a todos. Si el 1 de enero de
1939 tan sólo se empleaban 300 reclusos en estos menesteres, a finales de año
ya eran cerca de 13.000. Y doce meses después, en enero de 1941, ascendían a
103.369, de los cuales unas 10.000 eran mujeres.[41] Esta
práctica, tras un período de “boom” que duró hasta los años 50, se mantendría
hasta 1970. Al parecer fue el propio Franco el que ideo lo que Isaías Lafuente
denomina “la primera empresa de trabajo temporal que se implantó en España”.[42] El
jesuita José Antonio Pérez del Pulgar dio forma al tinglado, organizando el
llamado Sistema de Redención de Penas. Una vez más, la Iglesia proporcionaba
una cobertura espiritual a las brutalidades del fascismo; en este caso, la
“redención”. Pérez del Pulgar publicó en enero de 1939 el documento La
solución que da España al problema de sus presos políticos, donde explica:
“Es muy justo que los presos contribuyan con su trabajo a la reparación de los
daños a los que contribuyeron con su cooperación a la rebelión marxista”.[43] La
mecánica era sencilla, los presos, desesperados por abandonar las cárceles
franquistas y dejar atrás las torturas, o simplemente para poder enviar algo de
ayuda a sus familiares que se morían de hambre, trabajaban de sol a sol a
cambio de la promesa de la reducción de la condena y 50 céntimos al día, 2
pesetas más si tenían mujer y otra por cada hijo menor de 15 años, cuando el
salario normal estaba entre las 10 y las 14 pesetas diarias.[44]
El Estado se otorgaba el privilegio de emplear esta
mano de obra cuándo y cómo considerase oportuno, sobre todo para cubrir la
demanda en oficios cualificados. La mayor parte de las tareas de reconstrucción
la llevaron a cabo los presos antifranquistas: pantanos, puentes, vías férreas,
minas (sobre todo las de carbón de Asturias y León); por supuesto los
“monumentos” para glorificar la victoria fascista en la guerra civil, como el
Valle de los Caídos.
En esta terrorífica estructura, aún hoy lugar de
peregrinación de los franquistas, el régimen empleó en torno a 6.000 presos para
que construyeran la futura tumba del dictador. Sus condiciones laborales eran espantosas:
según cifras oficiales, ocho de cada cien presos resultaron accidentados.[45] Franco
tenía mucha prisa por acabar su monumento. Para desgracia del Generalísimo, las
familias de los muertos fascistas se negaron a trasladar sus restos al Valle de
los Caídos, así que el gobierno no dudó en completar el mausoleo con los
cadáveres de 20.000 soldados republicanos, trasladados allí sin el
consentimiento de sus familias, muchos de los cuales no están siquiera
identificados.[46]
Miles de trabajadores esclavizados por Franco fueron
entregados a empresarios privados, para garantizarles suficiente mano de obra,
más sumisa que los trabajadores libres y de la que además se podía extraer más
plusvalía: Sociedad Babcock & Wilcox de Bilbao, Sociedad Maquinista y
Fundiciones del Ebro de Zaragoza, Múgica, Arellano y Cía. de Pamplona, la
trefilería de Gijón, Plasencia de Armas, Asland de Córdoba, Sociedad Portland
Iberia y un largo etcétera. Sin olvidar los talleres penitenciarios donde los
presos fabricaban desde mantas hasta aparatos de radio. Por ejemplo, el taller
penitenciario de Ocaña (Toledo) llegó a producir todos los años 40.000 maletas
y el de Novelda (Alicante), 120.000 escobas.
Algunas de las obras más importantes de esos años
fueron levantadas fundamentalmente con mano de obra esclava, como la
reconstrucción de Belchite, el canal del Guadalquivir (conocido popularmente
como “el canal de los presos”), el embalse de Benagéber (Valencia), las líneas
ferroviarias Madrid-Galicia o la inconclusa Santander-Mediterráneo, el
madrileño puente de Praga y la urbanización de la ribera del Manzanares, así
como numerosas iglesias y conventos. La última obra donde se empleó mano de
obra esclava fue la construcción, en 1970, del residencial de lujo Mirasierra,
en las afueras de Madrid, por el industrial José Banús, que también había
construido con esclavos la carretera de acceso al Valle de los Caídos, entre
muchas otras obras.
Los testimonios de estos esclavos son espeluznantes:
“Allí no había máquinas, sólo el pico, la pala y nuestras manos. Se formaban
equipos de 50 ó 60 hombres. Un grupo picaba, el otro sacaba la tierra y la
depositaba en capazos de 8 ó 10 kilos. El resto formaba una cadena de 50 ó 60
metros para depositar la tierra en los márgenes del canal que estábamos
construyendo Y, salvo para comer, no parábamos ni un instante durante doce o
catorce horas diarias. Si tenías que hacer las necesidades, la cadena se
estiraba, pero no se paraba ni un segundo el trabajo”.[47]
En su libro Esclavos por la patria, Isaías
Lafuente trata de cuantificar los tremendos beneficios que consiguió el Estado
franquista con esta mano de obra: “En diez años apenas se había pagado a los
presos republicanos un tercio de lo que gracias a su trabajo forzado habían
generado sólo en los primeros cuatro años y medio de implantación del sistema.
El resto fue confiscado directamente por el régimen”. Tomando cifras oficiales
sobre jornadas trabajadas y salarios, el historiador calcula que el régimen
obtuvo 612 millones de euros sólo con los salarios ahorrados.
Realmente todo el Estado español se había convertido
en una monstruosa cárcel. En las nacionalidades oprimidas, vascos, catalanes y
gallegos lo fueron aún más, acusados de separatismo. José María de Areilza,
alcalde de Bilbao tras la conquista franquista, expresó nítidamente la visión
del régimen sobre la cuestión nacional: “Que quede esto bien claro: Bilbao,
conquistado por las armas. Nada de pactos y agradecimientos póstumos. Ley de
guerra, dura, viril, inexorable. Ha habido, ¡vaya que sí ha habido!, vencedores
y vencidos. Ha triunfado la España una, grande y libre; es decir, la España de
la Falange Tradicionalista. Ha caído vencida, aniquilada para siempre, esa
horrible pesadilla siniestra y atroz que se llamaba Euskadi y que era una
resultante del socialismo prietista, de un lado, y de la imbecilidad
vizcaitarra, por otro (...) Vizcaya es otra vez un trozo de España por pura y
simple conquista militar”.[48]
Eloy Val del Olmo explica cómo la represión
franquista se cebó con las naciones oprimidas: “La obsesión de la burguesía
centralista contra el separatismo nacionalista encontró su medida en la
actuación de la dictadura. El uso público y escrito del euskera fue prohibido y
cualquier manifestación cultural propia, castigada con saña. La enseñanza de la
lengua, la tradición y el arte vasco y catalán era una tarea clandestina. Todas
las conquistas de la autonomía fueron suprimidas. En Gernika, ciudad símbolo
machacada por las bombas fascistas, el alcalde envió el 2 de noviembre de 1949
un requerimiento a ‘familiares y propietarios de tumbas o panteones donde
figuran inscripciones en vascuence para que sean retiradas las losas y
sustituidas las citadas inscripciones por otras en castellano’. (...) La
persecución del euskera llevó a la promulgaciones de leyes específicas que
multaban a quien lo utilizase en lugares públicos e incluso se prohibió
utilizar nombres vascos en el Registro Civil”.[49]
No podemos concluir este apartado sin referirnos a
otras víctimas del franquismo, los hijos de los rojos. Los niños acompañaban a
sus madres a prisión y, cuando cumplían cuatro años, si sobrevivían a las duras
condiciones carcelarias, eran separados de sus madres y entregados a centros
religiosos. En 1943, el número de hijos de presos tutelados por el Estado era
de 12.043, la mayoría niñas[50]. Sin
duda, como sucedería más tarde en las dictaduras del Cono Sur latinoamericano,
también los mandos fascistas robaron niños a las familias vencidas. Poco a poco
van saliendo datos al respecto: Las asociaciones ANADIR y SOS Bebé Robado
calculan en 300.000 los niños que fueron robados y entregados a nuevas familias
a través de instituciones religiosas, entre el final de la guerra civil y los
años 80.[51]
La educación, o mejor dicho, la “des-educación” de
los niños, hijos de rojos, fue otro elemento represivo que en muchas ocasiones
se pasa por alto. Todos los avances del sistema educativo republicano se fueron
rápidamente al traste. Para empezar, los maestros republicanos fueron uno de
los sectores más perseguidos. “Que no quede maestro vivo”, decían los requetés
en Navarra[52]. El
periódico falangista de Zaragoza Amanecer era contundente:
“para los poetas preñados, los filósofos henchidos y los jóvenes maestros y
demás parientes, no podemos tener más que como en el romance clásico: un fraile
que los confiese y un arcabuz que los mate”.[53]
El cuerpo magisterial fue profundamente purgado para
eliminar a los profesores de izquierdas o con simpatías republicanas. Más de
50.000 fueron sometidos a expedientes de depuración[54] y
sustituidos por mutilados de guerra y familiares de fascistas muertos, todos
ellos de “inquebrantable adhesión a los principios del glorioso Movimiento
Nacional”. La Iglesia jugó un papel crucial a la hora de purgar a los maestros.
Por ejemplo, la circular que la Comisión Depuradora del Magisterio de Burgos
envió para analizar a los maestros hacía las siguientes preguntas: “¿Se mezcló
en asuntos de obreros o del campo? ¿Cantó con los niños la Internacional o
algún otro himno parecido? ¿Saludaron los niños con puños en alto?”. Las
respuestas de los sacerdotes tampoco tienen desperdicio: “malo, muy malo, muy
malo, socialista”, otro practica “el maltusianismo[55] más
repugnante y contrario a las ley natural y divina”, otro tiene “afición a las
películas rusas”... El párroco de Calamocha (Teruel), a la hora de evaluar a un
maestro de Badalona, fue el más conciso: “fusilable”.[56]
Tras matar maestros y quemar libros, así era la
educación que le daban a los niños: “El Santo Evangelio será leído con
frecuencia y todos los sábados será explicado el de la Dominica siguiente (...)
Cantos populares, himnos patrióticos, biografías de héroes y santos, lectura de
periódicos (...) todo esto debe hacerse en las escuelas (...) Se arriará la
bandera de la Patria todos los días, procurando rodear el acto de máxima
solemnidad, mientras los niños cantan himnos patrióticos. El retrato del
Caudillo presidirá la educación de futuros ciudadanos”.[57] El
ministro de Educación franquista José Ibáñez Martín, en el cargo de 1939 a
1951, consideraba que el problema fundamental de la educación española era:
“¿Cómo podrá formar el alma del niño un maestro que no sepa rezar?”[58], por
lo que entregó la educación a la Iglesia católica, que recibió suculentas
subvenciones y ayudas de todo tipo, mientras que la media de la inversión
estatal en la enseñanza durante el franquismo fue seis veces menor a la de los
demás países de Europa Occidental[59], acumulándose
un atraso histórico que aún padecemos. Toda una generación de hombres y, en
especial, mujeres padecieron un sistema educativo bárbaro que los condenó a la
ignorancia.
IV. Represión y exilio
Desgraciadamente el drama no se vivió tan sólo en la
macro-cárcel franquista llamada España. Los centenares de miles de exiliados
que tuvieron que escapar, 450.000 sólo en Francia[60], no lo
tuvieron mucho mejor. También sufrieron una tremenda represión y unas
condiciones de vida muy duras.
La clase obrera francesa dio numerosas muestras de
solidaridad: “Muchos civiles trataba de consolarnos. Algunos nos saludaban, nos
estrechaban la mano, se dirigían a nosotros amistosamente. Algunas mujeres
jóvenes daban pan a los niños, otras distribuían ropa vieja entre los españoles
más necesitados. Nos daban botellas de agua que nos bebíamos de un trago”.[61] Sin
embargo, la burguesía francesa no mostraba la misma solidaridad. “Periódicos de
la derecha tradicional, como Le Matin, L’Époque o Le Jour
incluían titulares sobre “la invasión de los refugiados”, los “restos de
ejército rojo”, las “ruinas humanas”, “la peligrosa invasión” o “la marea de
fugitivos”. Los titulares de Le Matin del 12 de febrero decían: “La
presencia en nuestro territorio de refugiados y fugitivos plantea un grave
problema que habrá que resolver sin tardanza”, y más tarde hablaban incluso de
“la indeseable invasión de milicianos españoles” que eran presentado como
“huéspedes peligrosos”. Le Jour se refería al departamento de los
Pyrénées-Orientales como a un vertedero.”.[62] La
“democrática” burguesía francesa volvía a demostrar su verdadera cara. Era la
misma burguesía que había promovido el cínico Comité de No-Intervención en 1936
que tantos beneficios había traído a Franco y la misma que pocos meses después
no dudará en rendirse a la Alemania Nazi antes que armar a los obreros
franceses y arriesgarse a una nueva Comuna de París.
Así el gobierno francés sometió a los refugiados a
unas condiciones carcelarias y humillantes, con una improvisada y mal equipada
asistencia hospitalaria que no podía hacer frente a los heridos y promoviendo
repatriaciones, sin importar sus consecuencias. “‘Ni siquiera Dante hubiera
podido imaginar cosas tan terribles como aquellas de las que fui testigo’,
confiesa un ciudadano sueco, miembro de un comité de ayuda a los refugiados”.[63] Se
separaban a las familias y los hombres eran recluidos en campos de
concentración mientras heridos, ancianos, mujeres y niños eran dispersados por
el interior del país con una gran vigilancia policial. El diputado francés
Ybernégaray dará en marzo de 1939 la cifra de 226.000 españoles internados en
los “centros especiales de internamiento” que nada tenían que envidiar a los
campos de concentración nazis.[64] Es
difícil calcular la cifra de refugiados muertos, sin embargo, se habla de
14.672 muertos durante los seis primeros meses de exilio.[65]
Con el comienzo de la II Guerra mundial, el gobierno
francés utilizará de forma masiva a los refugiados españoles. Según el propio
gobierno, 55.000 refugiados fueron organizados en las llamadas Compañías de
Trabajadores Extranjeros —que por una remuneración miserable hacían todo tipo
de trabajos forzados—; otros 40.000 fueron directamente empleados por el
Ministerio de Trabajo en la industria y la agricultura. Por último otros 6.000
fueron enrolados en el ejército francés.[66]
Especialmente terribles fueron las condiciones de
los refugiados enrolados para trabajar en las colonias francesas del norte de
África. “Al otro lado del Mediterráneo, en África del Norte, los españoles
realizaban trabajos muy duros. En Túnez, por ejemplo, los marinos de la flota
republicana internados en el campo de Maknassy fueron enviados al sur para
construir una línea de tren. En Argelia, los republicanos españoles trabajaban
en la reparación de carretas en el sur de Constantinos, en la extracción de
carbón en Kandza, al sur de Orán, y en el tendido de la vía férrea entre
Bouarfa, Colomb-Béchar y Kenadsa, en el Sahara. La severa disciplina y el
rendimiento exigido a los prestatarios que debían soportar temperaturas muy
elevadas hacían que las compañías semejaran cárceles, porque, además, la comida
era claramente insuficiente.” [67]
Para colmo, la rápida capitulación francesa puso a
los refugiados en manos de los nazis. Para Hitler los “rojos españoles” era un
colectivo especialmente peligros precisamente por lo que significaba en todo el
mundo su resistencia contra el fascismo. Siguiendo órdenes directas de Berlín
se les retiró el estatuto de prisioneros de guerra. Eso significaba
convertirlos en un colectivo que tenía que ser aniquilado. Fueron por tanto
trasladados a los terroríficos campos de concentración alemanes. Allí se les
identificaba con el triangulo azul de los apátridas con una “s” de spanier
en el centro. La base de datos creada por el Ministerio de Cultura “Españoles
deportados a campos de concentración nazis”,[68]
contabiliza en total a 8.700 españoles, pero lo más probable es que la cifra
sea mucha más alta: algunos historiadores apuntan a en torno a 12.000 rotspanienkämpfer[69].
Unos 7.200 republicanos fueron enviados al campo de
Mauthausen que llegó a conocerse como “el campo de los españoles”. En este
antro de horror se les sometió a trabajos forzosos en la extracción de granito,
pero también a los horribles experimentos militares y científicos nazis, así
como a todo tipo de torturas y vejaciones. Cerca de 5.000 de los recluidos no
sobrevivirían. [70] Reproducimos algunos extractos del artículo Mauthausen, el campo de los españoles de los historiadores Miguel Martorell Linares y
Javier Moreno Luzón: “Los internos de
Mauthausen trabajaban hasta la muerte por extenuación extrayendo bloques de
granito de la cantera y subiéndolos a la espalda por una escalera de ciento
ochenta y seis peldaños mientras los kapos —prisioneros que ejercían de
capataces— les empujaban, zancadilleaban y golpeaban. Cuando falleció de este
modo el primer español, el 26 de agosto de 1940, sus compatriotas, ante la
sorpresa de los verdugos, guardaron un minuto de silencio, situación que se
repetiría en numerosas ocasiones (…) Tal y como nos explicó un deportado
francés, en 1942, cuando comenzaron a llegar prisioneros de la resistencia
francesa o del frente ruso, los españoles eran los veteranos del campo,
expertos en la lucha por la supervivencia, dispuestos a transmitirles sus conocimientos.
Por otra parte, al desempeñar diversas funciones en la gestión cotidiana de
Mauthausen, disponían de recursos para ayudar a otros prisioneros. Entre los
objetivos de la organización clandestina española figuraba, por ejemplo, la
redistribución de la escasa comida que llegaba a los presos y de las medicinas
robadas en la enfermería, con el fin de sostener a los más débiles. Sin
embargo, el recuerdo más vivo que dejaron los españoles fue su fe en la derrota
del nazismo, incluso en los peores momentos de la guerra. Y eso que, a
diferencia de los franceses, llevaban luchando contra la Alemania nazi y sus
socios desde 1936. ‘Una victoria más’, nos contó otro superviviente, era la
frase que pronunciaban los españoles cada vez que subían el último peldaño de
la escalera de la cantera. Convencidos de la victoria aliada, los republicanos
decidieron conservar pruebas de la barbarie para después juzgar a los verdugos.
Así, el fotógrafo Francisco Boix hizo copias de las fotos que coleccionaban los
SS, logró esconderlas hasta el fin de la guerra y, gracias a ellas, acusar a
los jerarcas nazis en el juicio de Nuremberg. Cuando los soldados norteamericanos
entraron en Mauthausen, banderas republicanas sustituían a las alemanas y
cubría la puerta del campo una gran pancarta en la que podía leerse: ‘los
españoles antifascistas saludan a las fuerzas libertadoras’”.[71]
Los que se salvaron de los campos de concentración
nazis tampoco tuvieron una vida más sencilla en los campos de trabajo del
régimen de Vichy.[72] La
escasez de mano de obra producida por la guerra convertía a los refugiados en
los trabajadores-esclavos idóneos sobre todo para el trabajo en minas y
agricultura. Las condiciones impuestas eran tan dramáticas que, con toda la
demagogia del mundo, el diario falangista Arriba publicó una serie de
artículos denunciado las condiciones que Vichy imponía a los trabajadores
españoles ¡mientras que alababa el trato que los nazis daban a los detenidos
franceses! [73] Por
supuesto esta mano de obra esclava estuvo también a disposición de Alemania:
según datos oficiales nazis 26.000 españoles fueron enrolados en la Organización
Todt (que organizaba trabajo esclavo en labores de construcción e ingeniería
como la Muralla Atlántica) y otros 40.000 enviados a Alemania. Como señala
Geneviève Dreyfus-Armand, estas cifras dan una idea de la magnitud pero están
seguramente muy lejos de la realidad.[74]
La idea de que gracias a Franco muchos hombres
perseguidos por el nazismo salvaron sus vidas es pura propaganda: Durante toda
la guerra la colaboración entre los regímenes fascistas en materia de represión
fue absoluta. “La España franquista representaba una fuerza de presión
importante, puesto que se dirigió directamente a la Comisión Alemana del
Armisticio para impedir las reemigraciones y obtener, de las autoridades de
ocupación o del Estado francés, la extradición de sus enemigos; además,
proporcionaba muchas informaciones sobre los republicanos españoles a los
diversos servicios de represión que actuaban en territorio francés. Así el
embajador Lequerica mantenía contactos regulares con el gobierno de Vichy para
informar acerca de la actividad, los desplazamientos y los contactos de los
refugiados españoles en Francia. Transmitía también las listas de refugiados
que, en su opinión, eran funcionarios de la Legación de México en Vichy y que
disfrutaban de demasiada libertad de movimientos. Durante sus numerosos
contactos facilitó a Vichy, en septiembre de 1940, los datos de asociaciones
españolas ‘hostiles al gobierno de Franco’, y en 1941 informó al Estado francés
de que los españoles que habían partido hacia México eran reclutados por el
‘ejército de Gaulle’”.[75] Así, en
estrecha colaboración con Franco, sólo en 1942, la Francia de Vichy realizó 911
arrestos, 610 internamientos, 1.429 requisiciones y 177 expulsiones de
españoles implicados en “asociación de malhechores y reconstitución de asociaciones
disueltas”.[76]
Algunos de los resultados más famosos de esa
colaboración fue la detención por parte de la Gestapo de Companys y de Peiró,
entregados a Franco y fusilados, o la reclusión de Largo Caballero en el campo
de concentración nazi de Sachsenhause donde estuvo prisionero hasta el final de
la guerra.
V. La resistencia antifranquista
A pesar de que desde mediados de 1938 el desenlace
de la guerra parecía bastante evidente, ninguna de las organizaciones obreras
preparó de una manera seria y sistemática un aparato clandestino que permitiera
organizar una resistencia antifranquista sólida y viable. Ni siquiera el POUM,
que ya había sido ilegalizado por el gobierno de la República tras las Jornadas
de Mayo de 1937 se había preparado para la clandestinidad.
Ya durante la guerra, el desarrollo de
organizaciones clandestinas en la zona controlada por los fascistas hubiera
sido de tremenda utilidad como apoyo al esfuerzo bélico del ejército
republicano. Estos núcleos, además de ayudar a mantener la moral de los obreros
y campesinos, podrían haber organizado tareas de espionaje, sabotaje… La
sistemática represión fascista y el terror impuesto en la zona dominada por
Franco dificultaban el surgimiento espontáneo de núcleos de resistencia, por
eso era tan importante que los partidos y sindicatos obreros impulsaran esta
tarea.
Las guerrillas que se constituyeron,
fundamentalmente en Asturias, León, la sierra de Cuenca y Castellón, Galicia,
Andalucía y otras zonas montañosas de diferentes regiones, contaron con la
participación activa de cientos de militantes de las organizaciones de
izquierda. En esta tarea de resistencia heroica del maquis, la iniciativa de los
militantes revolucionarios que preferían continuar la lucha antes que rendirse
fue decisiva.
Pese a las tremendas dificultades y al escaso apoyo
del exterior, los revolucionarios trataron desde el primer momento de construir
una organización clandestina también en las ciudades. Por supuesto durante
aquellos años la actividad fue muy limitada: de cuando en cuando hacían algunas
pintadas, trataban de ayudar a los presos, avisar y animar a las familias,
orientarlas para conseguir avales, y se organizaban algunas acciones armadas
asaltando cuarteles de falange que pretendían mantener la moral de los propios
círculos clandestinos…[77]
El miedo era un factor determinante en aquellos
momentos. La represión era tremenda y la falta de preparación previa y de
experiencia en el trabajo clandestino facilitaban sucesivas “caídas”, es decir,
detenciones masivas que efectuaba la policía y que destruían las nacientes
organizaciones. Uno de los casos más dramáticos fue el de las Trece Rosas,
jóvenes militantes de la JSU que fueron traicionadas por un confidente de la
policía que aparentemente estaba reconstruyendo el Socorro Rojo, y que fueron
vilmente ejecutadas. Desgraciadamente hubo muchos otros casos.
Con la mayoría de los militantes revolucionarios en
prisión, era inevitable que los núcleos de resistencia más activa surgieran
precisamente en las cárceles franquistas. Ya en otoño de 1939 había en cada
prisión comités de prácticamente todas las organizaciones[78]. Desde
las cárceles aparecieron las primeras publicaciones políticas clandestinas. Víctor
Alba, dirigente del POUM, relata aquellos heroicos momentos: “El primer
periódico carcelario, que yo sepa (pero es muy posible que existieran otros de
los que no tengo noticia), fue L’Espurna (título inspirado por la Iskra
que Lenin publicaba en Suiza) en la Modelo de Barcelona en 1940. David Rey,
condenado a muerte, y, por excepción, con la colaboración individual de un
miembro del PSUC, un telegrafista llamado Juan García Moreno, se encargaba de
dirigir el periódico. Ramón Fernández Jurado y Lorenzo Vila colaboraban
también. Se redactó en la cárcel y se mimeografió en la calle, gracias a un
poumista de Madrid refugiado en Barcelona, Víctor Berdejo (que murió tísico a
los pocos años)”.[79] Y más
adelante: “En 1941 salieron, en cambio, los primeros manifiestos de la fiesta
del trabajo. La oposición se podía expresar, por el momento, sólo de dos modos:
en reuniones privadas y con periódicos, manifiestos (en general multicopiados)
que circulaban lo más posible —que no era mucho—. Las tiradas no rebasaban los
1.000 ejemplares por lo común. Quien ha sido parte de las oposiciones
posteriores, cuando cualquier grupito podía lanzar su publicación, multicopiada
con métodos modernos, no tiene ni idea de lo difícil que era, con los medios de
entonces (los ciclostilos eran todavía muy imperfectos), no sólo “imprimir”
sino difundir publicaciones clandestinas. En 1970 la gente las buscaba. En
1942, la mayoría de la gente las rechazaba, y hasta había quien, al recibirlas
por correo, las rompía sin leerlas”[80].
A esta tarea de edición de propaganda clandestina en
las cárceles se sumó la realización de cursos de formación y discusión
política, en la que destacaban los militantes comunistas. La esperanza de que
el final de la guerra mundial y el triunfo de los aliados sobre las potencias
fascistas pudieran precipitar la caída de la dictadura franquista, reforzaba la
confianza de miles de prisioneros. Pronto se vería que esta posibilidad, a la
que se agarraban los militantes encarcelados, los que actuaban clandestinamente
en las ciudades o en los destacamentos guerrilleros en las sierras, se
desvanecía en poco tiempo.
Estos tremendos esfuerzos en el interior
contrastaban con la actitud de los dirigentes que se encontraban en el exilio.
Víctor Alba, presente en el exilio mexicano, no deja en muy buen lugar a sus
compañeros: “[Los dirigentes obreros y republicanos exiliados] a finales de la
guerra todos estaban ganándose la vida con holgura y muchos habían comenzado
fortunas o iniciado empresas que llegarían a ser fuertes. Los agobios
económicos no podían ser, pues, una excusa para no ayudar a la oposición, ni
durante la guerra, cuando habrían podido hacerlo a través de los servicios
aliados ni una vez terminadas las hostilidades. Sin embargo –ésa es la verdad y
la dice quien formó parte de 1947 a 1957 del exilio mexicano-, fuera de
suscripciones para los presos, cada vez que había una caída sonada, el exilio
de México ayudó a la oposición aún menos que el de Francia. Tal vez para
ahorrarse esa ayuda surgieron no pocas de las escisiones y disputas que
“justificaban” que muchos —especialmente los más ricos— se lavaran las manos de
la política y cerraran la bolsa”.[81]
Pero la mayor falta de los dirigentes del exilio fue
la errónea orientación política que ofrecían a la resistencia interior. En unas
condiciones muy duras, enfrentados a la amenaza de largas penas de cárcel
cuando no al pelotón de ejecución, sólo una orientación política certera, que
hiciera balance de los errores que habían conducido a la derrota, y la vuelta a
un programa revolucionario, internacionalista y de clase, podía elevar la moral
de los militantes clandestinos y agrupar a las fuerzas que, sin duda surgirían
más tarde o temprano, bajo la bandera del socialismo. La desmoralización causada
por la derrota no podía revertirse de un día para otro, pero la cicatrización
de las heridas podría haber sido mucho más rápida con una orientación política
correcta, que se hubiera plasmado en un desarrollo mayor de la oposición al
régimen franquista.
Pero para empezar, la dirección del PCE, mientras
estuvo en vigencia la alianza entre la URSS y la Alemania nazi, no hizo más que
justificar este nuevo giro de la burocracia estalinista. Este pacto monstruoso
no fue criticado por ningún PC del mundo. Santiago Carrillo justificaba así la
posición del PCE: “Para un comunista español de la época, [el pacto
germano-soviético] no ha planteado ningún problema. No sólo a causa de nuestra
confianza incondicional en Stalin, sino, sobre todo, porque salimos de España
llenos de odio hacia las potencias llamadas “democráticas” europeas, que nos
habían traicionado, que nos habían vendido. Porque por culpa de esas potencias
perdimos la guerra”. [82]
Pero no es cierto, porque inevitablemente esta alianza contra-natura provocó
una tremenda desorientación política en las filas comunistas.
Las demás fuerzas políticas obreras —PSOE, CNT y
POUM— estaban sumidas en constantes divisiones y enfrentamientos, reflejando
las divergencias que ya se habían desarrollado durante la propia guerra, pero
acrecentadas por las conclusiones que cada sector sacaba de la derrota. El
comienzo de la segunda guerra mundial aumentó esas diferencias.
La desmoralización de los dirigentes del exilio era
absoluta ante los primeros compases de la Segunda Guerra Mundial y el aparente
avance imparable de Hitler. Pero cuando las tornas cambiaron la situación no
mejoró: centraron todas las esperanzas en una supuesta intervención aliada que
apartara a Franco. Además, sin comprender ninguna de las lecciones de la guerra
civil, todas las organizaciones obreras, incluyendo a la CNT y al POUM
apostaban por una reedición del Frente Popular, pactando con los partidos
republicanos, que si durante la guerra civil ya eran “la sombra de la
burguesía”, entonces no eran más que una sombra exiliada e impotente. Pero no
sólo buscaron un pacto con la inexistente burguesía progresista. También acudieron
a los monárquicos.
A raíz de la caída de Mussolini en 1943, el régimen
franquista entró en crisis. Existía la posibilidad de que los acontecimientos
en Italia se repitieran aquí. La resistencia antifranquista tomo nuevos bríos —un
termómetro muy sensible al respecto fue el aumento de la represión en ese año—.
Sólo en 1943 la brigada político-social detuvo a 5.794 personas y los servicios
de fronteras intervinieron en 13.457 ocasiones,[83]
mientras sectores del ejército y de la oligarquía entraron en contacto con Gran
Bretaña para buscar algún tipo de acuerdo. Buscaban un gobierno de transición
en forma monárquica en la persona de Juan de Borbón, un reaccionario reconocido
que trató de alistarse como voluntario falangista durante la guerra civil.[84]
Demostrando una carencia tremenda de principios, los
dirigentes del exilio, empezando por el socialista Prieto, trataron de buscar un
acuerdo con los monárquicos que pudieran estar descontentos con Franco. Entre
1947 y 1948 llegaría a consumarse un pacto amparado por Gran Bretaña entre
Prieto y el viejo líder de la CEDA, el reaccionario Gil Robles: Pacto de San
Juan de Luz, firmado el 28 de mayo de 1948. [85] Este
Gil Robles es el mismo que poco antes, en septiembre de 1945 había declarado:
“No pocas veces pienso que el régimen de Franco, con sus lacras, es lo que
mejor cuadra al actual pueblo español; contiene con mano dura —hasta donde puede—
a los de abajo, que sólo parecen entender el lenguaje del palo”. [86]
Esta política incorrecta desarmaba ideológicamente a
la resistencia interior y anticipaba lo que posteriormente sucedería durante la
llamada Transición. Las “esperanzas” en una restauración monárquica se
frustraron rápidamente ya que Juan de Borbón y Franco, al calor del inicio de
la guerra fría y del respaldo que el imperialismo norteamericano otorgó al
dictador, alcanzaron pronto un acuerdo (1948) que entregaba la educación del
futuro rey Juan Carlos, a manos de la dictadura.
Los dirigentes obreros y republicanos, mientras
tanto, aunque aprovecharon el final de la guerra mundial para reorganizar un
gobierno de la República en el exilio, volvieron a demostrar una tremenda
impotencia: “El gobierno se organizó por todo lo alto, con ministros,
subsecretarios, directores generales (todos con sueldos modestos, pero sueldos[87]), y
hasta Gaceta de la República. Su estrategia se confinaba a las gestiones
diplomáticas y a la propaganda. Quería ser una alternativa a Franco, sin
preocuparse de crear las condiciones (derrocamiento del franquismo) para que la
alternativa pudiera convertirse en realidad. La verdad es que en ninguna
cancillería se le tomó en serio y que su existencia en ningún momento
representó una amenaza para Franco. La razón era obvia: confiaba en la acción
de las potencias —que evidentemente no estaban dispuestas a intervenir para
derribar a Franco—y en la presión de la ONU”. [88]
El gobierno en el exilio, que reproducía la
composición del gobierno de Frente Popular en el que los republicanos burgueses
ocupaban un irreal predominio, prefería llamar a las puertas de las
cancillerías antes de organizar una campaña seria de solidaridad internacional,
que se apoyara en el odio al fascismo y la simpatía que la República aún
generaba en todo el mundo. Una campaña que se apoyara en el movimiento obrero
internacional, orientándose a los sindicatos europeos, latinoamericanos y
norteamericanos, recabando su apoyo, recaudando fondos y denunciando la
hipocresía de las potencias imperialistas “democráticas” que ahora no tenían
inconveniente en sostener abiertamente al régimen franquista, sí hubiera puesto
en grandes dificultades a los diplomáticos y al propio Franco. Sin embargo, los
republicanos burgueses nunca estuvieron dispuestos a organizar algo así —para
no incomodar a los Aliados, y a sus propios socios capitalistas— y los dirigentes
obreros no se atrevían a confiar en las fuerzas de la clase obrera mundial y
preferían depender políticamente de personajes como Martínez Barrios o Giral
que ya en el pasado habían demostrado su nula capacidad política.
En este contexto, mientras las maniobras se sucedían
entre los bastidores del exilio, hay que destacar la heroica actividad
guerrillera que se desarrolló desde el final de la guerra civil y sobre todo entre
1944 y 1948 y que tuvo su momento crucial con la ofensiva sobre el Valle de
Arán. Según la mayoría de los historiadores, en torno a 10.000 luchadores
antifascitas continuaron la guerra por su cuenta[89], mal
equipados, con muy poco apoyo exterior y siempre sometidos a una brutal
represión.
Los ideólogos franquistas han tratado una y otra vez
de denigrar a los guerrilleros. Como explica el historiador Francisco Moreno:
“Todavía hoy se siguen escuchando interpretaciones peregrinas sobre el fenómeno
de los maquis, huidos o guerrilla, como las supuestas derivaciones hacia la
violencia, delincuencia, bandolerismo y otros tópicos. Incluso se les niega el
contenido ideológico y se llega a afirmar que ‘carecían de convicciones’ (…),
añadiendo que en la sierra ‘sólo buscaban desaparecer’, no resistir. Estas
afirmaciones no son ni más ni menos otra cosa que la negación del contenido
político a los oponentes a la dictadura. Todas las dictaduras han negado
siempre la dimensión política de sus opositores y han pretendido siempre
reducirlos a la simple categoría de delincuentes comunes. Es lo que hizo el franquismo
y lo que sostienen hoy todavía —y por mucho tiempo— los portavoces del
conservadurismo o los intérpretes del neofranquismo”.[90]
Las guerrillas de maquis habían surgido, en
su inmensa mayoría, de manera espontanea, sin ninguna directriz por parte de
los dirigentes de las organizaciones obreras. En sus inicios estaban
conformadas por militantes de todas las fuerzas obreras, pero será el PCE el
que, a partir de 1943 y sobre todo en 1944, trate de unificar la lucha
guerrillera y dirigirla.
Cuando la Alemania Nazi atacó la URSS la dirección
del PCE cambió su orientación hacia la guerra. Para el estalinismo, de ser una
guerra inter-imperialista pasó a ser una guerra antifascista. En Francia,
Italia, Grecia, Yugoslavia y otros lugares ocupados por los nazis, los
comunistas comenzaron a organizar destacamentos armados de resistencia que,
contando con el apoyo de la población, realizaban actos de sabotaje contra las
tropas de ocupación y los colaboracionistas. Aunque los PCs trataban de
presentar los movimientos de resistencia como “frentes nacionales de todas las
fuerzas antifascistas”, realmente la dirección política comunista era
innegable.
Miles de refugiados españoles en Francia participaron
en la Resistencia francesa ya que veían en la liberación de Francia la mejor
manera de contribuir a la derrota del fascismo en Europa y también en el Estado
español. Tuñón de Lara calcula en 21.000 los efectivos españoles que
combatieron contra las tropas alemanas.[91] Es
conocida la participación española en la liberación de París: La 9ª Compañía de
la 2ª División Blindada de la Francia libre, conocida como La Nueve, que
actuó de vanguardia de las tropas francesas, estaba formado casi íntegramente
por españoles. Participarán en el desfile de la victoria portando banderas de
la República española.
A imitación de las Resistencias europeas, en
noviembre de 1943 el PCE crearía la Unión Nacional Española (UNE), destinada a
dirigir la lucha guerrillera. El PCE se aprovechará de la inacción de la
dirección del PSOE —centrada en el diálogo con los Aliados y los partidos
republicanos— y de la parálisis que vivía la CNT —escindida entre dos alas, los
posibilistas, también partidarios de colaborar con los Aliados y de conformar
un partido obrero libertario, y los anarquistas puros—.[92]
Con la liberación de Francia durante el verano de
1944, la UNE comenzará los preparativos para llevar adelante una acción
guerrillera en el Estado español capaz de obligar a los aliados a intervenir
contra Franco. La UNE buscaba con su acción que tanto los Aliados como las
organizaciones obreras y republicanas la reconocieran como dirección
indiscutible de la resistencia antifranquista. El plan era crear toda una serie
de movimientos de distracción en los Pirineos para dispersar al ejército
franquista, al tiempo que el grueso de la guerrilla invadiría el Valle de Arán
para crear una zona liberada. Al parecer los líderes guerrilleros no veían nada
claro el plan, que fue impuesto por la dirección del PCE.[93] La
ofensiva, del 19 al 27 de octubre de 1944, implicando a 3.000 guerrilleros en
las acciones de distracción y otros 4.000 en la invasión del Valle [94] acabó
en un sonoro fracaso. Se saldó con 700 guerrilleros presos y 332 muertos.[95]
La guerrilla de los maquis aun continuará su
actividad durante varios años demostrando la tremenda voluntad de lucha de sus
componentes a pesar de la salvaje represión que sufrían. Francisco Moreno Gómez
responde a aquellos que acusan hipócritamente de “violentos” a los maquis dando
algunos ejemplos de la brutal represión franquista: “El verdadero escándalo de
violencia fue la represión salvaje que el franquismo puso en práctica con
motivo y pretexto de la persecución de la guerrilla. Se recurrió a las palizas,
las torturas, las amenazas, los sobornos, la contrapartida, los engaños, los
‘paseos’, los crímenes por ‘ley de fugas’, el fusilamiento de familiares, por
el único ‘delito’ de serlo. Es decir, los más terribles métodos de la ‘guerra
sucia’ y terrorismo de Estado. (…) Escándalo de violencia fueron las matanzas
de familiares de guerrilleros que perpetró el franquismo por toda España. En
Pozoblanco (Córdoba), en el descampado Mina de la Romana, el 10 de septiembre
1948, de madrugada, el capitán Aznar
Iriarte y el teniente Giménez Reyna hicieron fusilar a la madre y a la hermana
de Caraquemá (Amelia Rodríguez, 49 años, y Amelia García, 18 años), junto con
la madre de Castaño (Isabel Tejada, 60 años). En Villanueva de Córdoba, mataron
a Catalina Coleto, 52 años, esposa del guerrillero Ratón, otra madrugada del 8
de junio 1948. Otros muchos familiares de guerrilleros cayeron en Córdoba.
Entre estos y otras personas del medio rural, 160 víctimas de personal civil
cayeron por la ‘ley de fugas’ sólo en Córdoba, Los ‘paseos’ y la ‘ley de fugas’
llevaron la muerte a miles de personas en España”.[96]
Finalmente, en 1948 el PCE reconocerá el fracaso de la acción guerrillera.[97]
Los guerrilleros franceses, yugoslavos y griegos
habían logrado derrotar a los nazis fundamentalmente por la propia
desintegración del ejército alemán y el apoyo entusiasta de la población local.
Realmente lo que reflejaba el éxito de los movimientos guerrilleros europeos
era la situación prerrevolucionaria que se había abierto en estos países. Las
guerrillas pueden ser muy útiles cuando actúan al calor de un ascenso
revolucionario en las ciudades. Pero en el Estado español la situación no era
esa ni muchísimo menos. El peso de la derrota en la guerra civil era aún muy
grande y, por eso, como hemos señalado, la oposición a Franco en las ciudades
era muy débil, se limitaba a pequeños núcleos de activistas. Los maquis,
a pesar de su gran heroísmo no tenían ninguna posibilidad si las organizaciones
obreras no estructuraban una fuerte oposición política en los grandes núcleos
industriales: Madrid, Barcelona, Bilbao…
Como explica Jordi Rosich: “Tan pronto como en el
año 1947 el movimiento obrero había dado sus primeras muestras de
recomposición. Tuñón de Lara, en su artículo El paro del 47 en Vizcaya, (publicado
en 1985 por Cambio 16), describe lo siguiente: ‘En Cataluña, el año 1946 había
comenzado por la huelga general de Manresa, el 27 de enero. Iniciada por un
conflicto en la fábrica textil Bertrand y Sierra, terminó en un paro, al que se
unieron los comercios, los cafés y los cines; la prensa silenció todo, pero los
obreros conquistaron una prima de 75 pesetas al mes’. Más adelante: ‘En el
primer semestre de 1946 las huelgas se generalizaron en Tarrasa, Manresa,
Granollers, Minas de Potasa de Suria, Maquinistra Terrestre y Marítima,
Hispano-Suiza de Mataró y España Industrial. En noviembre de 1946 parará casi
toda la industria textil catalana y gran parte de la metalurgia. Allí
subsistían organizaciones cotizantes de la CNT y también de la UGT (que en su
rama catalana de entonces estaba en manos del PSUC)’. Más adelante: ‘Esta
visión panorámica —forzosamente incompleta— nos permite situar la huelga
general más importante que tuvo lugar durante el primer decenio de la dictadura
franquista, la de Vizcaya, el 1 de mayo y siguientes días de 1947. (…) Bilbao y
la ría se inundan con pasquines firmados por la Junta de Resistencia y las tres
centrales sindicales (UGT, STV y CNT). (…) El gobierno civil quedó enteramente
sorprendido al ver que el día 1 la huelga alcanzaba el 80% de las plantillas de
la Naval, la Babcok, más de la mitad de Altos Hornos y la totalidad de
Astilleros de Nervión, Aurrerá, General Eléctrica, Zorroza, etc.’ Sin embargo,
como señala Tuñón de Lara, la oleada de 1947 no fue un principio, sino un
final. Obedeció al ambiente creado tras el final de la Segunda Guerra Mundial,
marcado por las expectativas de que Franco correría con la misma suerte que
Hitler y Mussolini. Pero ni esas primeras señales de vida del movimiento obrero
tras la guerra civil, ni la heroica y necesariamente limitada lucha de los
maquis en el monte, fueron suficientes para romper una dictadura que aún se
podía asentar en la apatía y desmoralización predominantes por la derrota de la
revolución de los años treinta. Al terminar el año 1947 la mayoría de las
organizaciones clandestinas de la oposición estaban totalmente desmanteladas y
por supuesto las ‘democracias occidentales’ no tenían ningún interés en
derrocar a Franco”.[98]
Los Aliados no movieron ni un dedo en ayudar a los
luchadores antifranquistas. Tampoco el PCF y sus propios guerrilleros, pues la
dirección estalinista gala ya estaba implicada en un gobierno de unidad
nacional en París y querían demostrar su “respetabilidad” frente a los
imperialistas británicos y norteamericanos.[99]
Centrar las ilusiones en la intervención Aliada
había sido un gran error. Como reconoce el historiador Ferrán Sánchez Agustí,
para la burguesía occidental era mejor Franco que una nueva revolución en el
Estado español: “Los Aliados reeditaron la desdichada e idéntica política de No
Intervención de la guerra civil. Franco era el mal menor. ¿Qué vendría? ¿La
tercera República? Imposible, había demasiados comunistas y anarquistas. ¿Y el
hijo de Alfonso XIII? Un perfecto desconocido. ¿Y qué militar llevaría la voz
cantante? ¿Un militar…? Franco era el mejor, autoerigido como el Centinela
de Occidente mucho antes de sonar el disparo de salida de la guerra fría.
El empecinado anticomunista del Mediero del Pardo exculpó el palmario fascismo
del Generalísimo”.[100] Franco
se deshizo de sus colaboradores más identificados con el fascismo (como el cuñadísimo,
Serrano Suñer), abandono el saludo a la romana y nada más cambió con el final
de la guerra mundial. En poco tiempo, las relaciones diplomáticas secretas
entre los Aliados y Franco se hicieron públicas, vinieron acuerdos comerciales
y militares y el reconocimiento internacional, incluso la entrada en la ONU y
la visita de altos mandatarios, como el mismísimo presidente de los EEUU,
Eisenhower.
En cuanto a la URSS y el PCE; Stalin, tras los
acuerdos firmados con los imperialistas anglo-americanos, ya había demostrado
en Grecia su disposición a mantener el reparto acordado de las áreas de
influencia de cada potencia.[101] Parece
ser que Carrillo ordenó el repliegue de los maquis después de una
entrevista con Stalin en el que el líder de la URSS le convenció de las
ventajas de ese cambio de rumbo. El sacrificio de miles de guerrilleros había
quedado en nada. Pese a los planes de evacuación, la desmoralización y la
represión ahogaron a estos abnegados luchadores.
Igual que el factor determinante para el triunfo de
Franco estuvo en el papel que jugaron los dirigentes de las organizaciones
obreras, el mantenimiento de la dictadura fue también, en parte, la
consecuencia de la repetición de los mismos errores. Como hemos señalado, el
terror desatado por la dictadura era un factor objetivo más poderoso de la
situación política, sin embargo incluso en los momentos más oscuros hubo miles
de revolucionarios dispuestos a dar su vida para tumbar al dictador. Si toda
esa energía se hubiera canalizado con orientación política y con una táctica y
estrategia correcta, no sólo no se hubieran malgastado energías y vidas, sino
que ante un inevitable renacer del movimiento obrero, éste hubiera contado con
un armazón forjado de cuadros revolucionarios capaz de dirigir el derrocamiento
del dictador. Para eso hubiera sido necesaria la existencia de una organización
revolucionaria que desplegara una alternativa basada en un programa de
independencia de clase, en no tener ninguna ilusión ni en las burguesías
francesa y anglo-norteamericana, ni en la burocracia estalinista, en vincular
la lucha contra el fascismo con la lucha por la transformación socialista de la
sociedad y que desarrollara un paciente trabajo en la clandestinidad, dentro
del movimiento obrero, con una viva actuación en el exilio, basada en el
internacionalismo y la solidaridad de la clase obrera mundial.
VI. Franco
murió matando
Toda la historia muestra que es imposible mantener
encadenado al proletariado con la sola ayuda del aparato policiaco. Es cierto
que la experiencia de Italia muestra que la herencia psicológica de la enorme
catástrofe experimentada se conserva entre la clase obrera mucho más tiempo que
la correlación de fuerzas que engendró la catástrofe. Pero la inercia
psicológica de la derrota no es más que un precario sostén. Se puede desmoronar
de un solo golpe bajo el impacto de una potente convulsión.
León Trotsky, Bonapartismo y fascismo[102]
El discurso oficial habla de una Transición
modélica, en la que políticos responsables, de todo el arco ideológico,
cedieron en sus intereses particulares e inmediatos para traernos la democracia
que hoy disfrutamos. Si aceptáramos este guión, sería imposible entender lo que
realmente pasó. El final del franquismo no lo precipitaron las reuniones en los
despachos oficiales ni la conversión democrática de parte de los prohombres del
régimen franquista, como Adolfo Suárez, que había sido secretario general del
Movimiento Nacional y vistió la camisa azul con el yugo y las flechas, o Fraga
Iribarne. Ni la inexistente generosidad de un aparato militar y policial que no
fue depurado en la etapa democrática. Tampoco fue la supuesta inteligencia de
un monarca que supo aprovechar una oportunidad histórica, tal como nos han
remachado insistentemente en estos años, la que acabó con el régimen que lo
había nombrado sucesor de Franco en la jefatura del Estado. La realidad es bien
distinta.
Durante años muy duros, en las condiciones más
adversas, desafiando la clandestinidad, las prisiones, los golpes de la
represión y el exilio, millones de hombres y mujeres se lanzaron a un combate
desigual. Al principio eran minoría, y eso hace de su tenacidad un ejemplo aún
más loable. Pero su conducta contagió a muchos, y a pesar del miedo, del
terrible miedo, las huelgas, las manifestaciones, las ocupaciones de empresas,
las luchas callejeras se transformaron en un paisaje habitual. La sangre obrera
y de la juventud corrió generosamente por las calles de nuestras ciudades y
pueblos en los años sesenta y setenta, como había corrido en las dos décadas
precedentes. Pero las terribles heridas provocadas por la derrota en la guerra
civil, en los tres años de lucha armada contra el fascismo y revolución social
que concluyeron con la victoria de la contrarrevolución franquista en 1939, ya
habían cicatrizado. La lucha de los trabajadores y de la juventud obrera y
estudiantil fue la punta de lanza que acabó con el franquismo. Una lucha que,
paralelamente, abrió una nueva perspectiva, la de la transformación de la
sociedad.
A principios de la década de los 70, el capitalismo
vivió una gran sacudida, muy similar a la que vive actualmente. Francia en
1968, Italia en 1969, Portugal en 1974, Grecia y, por supuesto, el Estado
español... numerosos países sufrieron una brutal ruptura de su equilibrio
interno y se sumergieron en crisis revolucionarias o prerrevolucionarias. Una
nueva página en la historia se podría haber escrito, pero la falta de una
dirección política a la altura de las exigencias impidió coronar con éxito
aquellos movimientos. La movilización revolucionaria de millones de
trabajadores y jóvenes no acabó, finalmente, con el capitalismo, aunque sí tuvo
serias consecuencias. La primera, barrer las dictaduras del sur de Europa y
conquistar los derechos democráticos que habían sido eliminados décadas atrás.
Los antecedentes de esta lucha revolucionaria venían
ya de antes, cuando comenzó a curtirse una nueva generación de obreros. En
marzo del año 1950 se produce la huelga de los usuarios del transporte en
Barcelona, a la que siguieron otras de diferente alcance en Bilbao, San
Sebastián, Vitoria, Pamplona y Madrid. En febrero de 1956, por primera vez
después del final de la guerra civil, tienen lugar enfrentamientos
estudiantiles en Madrid contra Franco.
Pero es en la década de los sesenta cuando se
producen los cambios decisivos. A finales de los años cincuenta la economía
española da síntomas de crecimiento significativo. Los bajos salarios, las
jornadas laborales extenuantes, la represión brutal, la carencia de derechos,
unos buenos mecanismos de repatriación de beneficios y el severo Plan de
Estabilización, hicieron la España de Franco algo muy atractivo para los inversores
extranjeros.
El crecimiento económico de los sesenta actuó como
un reconstituyente del movimiento obrero, a pesar de que, paradójicamente,
también fue un elemento de estabilidad para el régimen durante un tiempo. Se
produjo una incorporaron a las fábricas de jóvenes trabajadores que, sin haber
participado directamente en la dramática derrota de los años treinta, se fueron
galvanizando en la lucha reivindicativa y alcanzando un altísimo grado de
politización. Ellos acabarían siendo la fuerza determinante para el fin de la
dictadura franquista. La ley de convenios colectivos de 1958 abría una rendija
de participación de los trabajadores en la negociación. El PCE, con diferencia
la organización obrera con más implantación en la clandestinidad, orienta a sus
cuadros obreros a intervenir en los sindicatos verticales alcanzando un éxito
notable. Muchos curas, influidos por el creciente malestar obrero y social,
giran a la izquierda y apoyan la causa de los trabajadores. En 1958 nacen las
primeras comisiones obreras representativas en la mina de La Camocha, en
Asturias. Se dan experiencias similares en La Naval de Sestao en 1960. En 1962
se produce la gran huelga general en la minería asturiana. En 1966, el impulso
a las comisiones obreras toma fuerza: empieza a funcionar la primera comisión
coordinadora de ramas, conocida como la intersindical. En otoño de 1967 se hace
público un manifiesto con una plataforma reivindicativa que exige un salario
mínimo de 300 pesetas, 100% de salario en caso de baja o jubilación, escala
móvil de los salarios, el derecho a huelga. ¡Sólo en Madrid se consiguen 25.000
firmas!
Las elecciones en los sindicatos verticales en 1968
son un éxito rotundo para Comisiones Obreras. En Sevilla, de los 66 representantes
de la “sección social” 63 pertenecen al sindicato. En Madrid obtiene el 80% en
las grandes empresas. La extensión y la intensidad del movimiento obrero se aceleran,
afectando a muchas fábricas en un periodo relativamente corto de tiempo.
A finales de los años sesenta todas las fábricas más
importantes del país habían participado en movimientos huelguísticos, con un
alto grado de politización. La inercia ya se había roto, la dictadura estaba ya
sentenciada. Ni la represión, ni la tortura, ni las detenciones de los
dirigentes de las fábricas, pudieron frenar la lucha. Al torrente principal del
movimiento obrero se sumaron otras capas sociales. A lo largo de toda la década
de los sesenta se produjeron conflictos en la universidad. La lucha contra la
opresión nacional, especialmente brutal bajo el franquismo, jugó un poderoso
papel en el movimiento contra la dictadura, particularmente en Euskal Herria y
Catalunya, arrastrando a sectores importantes de las capas medias y de la
juventud estudiantil a la lucha revolucionaria.
Hay la creencia generalizada de que la represión del
régimen se suavizó tras los años inmediatos de la posguerra. Desde luego, la
dictadura trató de lavarse la cara después de la derrota de Alemania e Italia
en la Segunda Guerra Mundial, pero esto no significa que se ablandara.
Ciertamente la magnitud de la persecución en los años 40 daba poco margen de
maniobra. Todo aquel al que pudiera achacársele alguna acción en los años de la
República o en la guerra civil ya había sido sin duda purgado, bien asesinado,
encarcelado o exiliado. Pero la represión continuaría.
Aunque las leyes fueron modificándose con el paso
del tiempo, siempre mantuvieron su carga represiva. Por ejemplo, el Tribunal de
Orden Público, que en 1963 asumió las competencias del Tribunal Especial de la
ley de Represión de la Masonería y el Comunismo de 1940, se mantuvo operativo hasta
enero de 1977, una vez muerto Franco. De hecho, el 60% de sus procedimientos se
concentran precisamente en sus últimos tres años de existencia (1974-1977),
coincidiendo con el auge de la lucha obrera contra la dictadura y sus herederos.[103] En
1961, 15.202 presos políticos llenaban las cárceles franquistas.[104] En
1969, sólo en Euskal Herria había 1.953 presos políticos y 150 refugiados, y
otras 890 personas habían sufrido persecución y malos tratos, de ellos 350 con
heridas de primer grado.[105]
En todo caso, fue una represión diferente. La
represión de la posguerra fue un exterminio sistemático por parte de los
vencedores ante un movimiento obrero arrodillado por la derrota. A partir de
finales de los años 50, la represión gubernamental fue, cada vez más, la acción
de un régimen al que sólo le quedaba desaparecer. Los asesinatos y torturas en
la posguerra inmediata sembraban el terror; ahora, la represión provocaba sobre
todo la incorporación de nuevas capas a la lucha y el recrudecimiento de la
movilización obrera y estudiantil. Las causas penales como el proceso de
Burgos, el proceso 1001 (contra la dirección clandestina de Comisiones Obreras)
o contra los oficiales de la Unión Militar Democrática, las encarcelaciones y
las manifestaciones disueltas a tiros (como la de la Bazán de Ferrol el 10 de
marzo de 1972, en la que murieron dos trabajadores del astillero) e incluso los
últimos fusilamientos de la dictadura (el 27 de septiembre de 1975, a menos de
dos meses de la muerte de Franco)[106] no
lograron cortar el ascendente movimiento de masas.
Precisamente uno de los puntos más álgidos de la
represión fue, ya con el dictador muerto, el año 1976. El 3 de marzo en
Vitoria, después de 54 días de huelgas y de incipientes embriones de poder
obrero —las comisiones representativas de los trabajadores de las fábricas en
lucha—, la policía cargó con fuego real contra la asamblea general convocada en
la iglesia de San Francisco. En total murieron cinco obreros y otros cien
resultaron heridos de bala. Las declaraciones de los testigos y las
transmisiones por radio de la misma policía son concluyentes: tenían órdenes de
masacrar a los obreros y fueron felicitados por ello. Éste es un extracto de
esas conversaciones grabadas entre policías:
“— ¿Qué tal está el asunto ahora por ahí? Cambio.
“—Te puedes imaginar; después de tirar igual mil,
mil tiros pues y romper toda la iglesia de San Francisco, pues ya me contarás
como está toda la calle y está todo. Cambio.
“—Muchas gracias, ¿eh? Y buen servicio, Bueno espera
un momentito por ahí a ver si os podéis dirigir de un momento al punto cero.
Cambio.
“— (...) en la plaza de Salinas y hemos contribuido
a la paliza más grande de la historia. Cambio.
“—De acuerdo, de acuerdo. Cambio.
“—Oye, pero de verdad, una masacre, ¿eh?
“— (...) Ya tenemos, ya tenemos munición; ya tenemos
dos camiones de munición, ¿eh? O sea que a mansalva (...) a por ellos, sin
tregua de ninguna clase. Cambio”.[107]
Nadie investigó esta matanza, que quedó impune, y a
raíz de la cual Manuel Fraga Iribarne, que era el ministro del Interior,
pronunció su famosa frase: “La calle es mía”.
El 5 de marzo fue asesinado un trabajador en
Tarragona, más tarde otro obrero en Elda (Alicante) y un joven de 18 años en
Basauri (Vizcaya). El 6 de mayo acontecieron los sucesos de Montejurra, donde
bandas fascistas, evidentemente financiadas y organizadas por el aparato del
Estado, disolvieron a tiros una concentración de los carlistas progresistas,
asesinando a dos personas. La actividad de los grupos fascistas adquirirá
nuevos bríos a principios de 1977. El 23 de enero en una manifestación pro
amnistía, muere asesinado por un fascista el estudiante David Ruiz. Al día
siguiente, en la manifestación en protesta por el asesinato de David, muere,
esta vez a manos de la policía, la estudiante Mª Jesús Nájera. Por la noche,
varios pistoleros fascistas asesinan brutalmente a cinco abogados laboralistas
de CCOO y del PCE en su despacho de la calle Atocha. En mayo será la policía la
que asesine a otros seis trabajadores en Euskadi. “La policía, la Guardia Civil
y la extrema derecha provocaron más de un centenar de muertes en intervenciones
represivas institucionales o en ‘incontroladas’ agresiones de carácter ‘ultra’,
entre 1976 y 1980. Durante todo ese período —salvo en la primera mitad de
1976—, Adolfo Suárez preside el Gobierno y Rodolfo Martín Villa, el general
Antonio Ibáñez Freire y Juan José Rosón, sucesivamente, están al frente del
Ministerio del Interior”.[108] Este
saldo de sangre inocente, vertida por los disparos de la policía de Suárez y
las bandas fascistas que toleraba, nunca se menciona en las crónicas oficiales
sobre la Transición española.
Los políticos de este franquismo tardío, muchos de
los cuales ocuparon, tras las elecciones del 15 de junio de 1977, cargos de
máxima responsabilidad en el gobierno de Unión de Centro Democrático (UCD), la
administración central, la judicatura, el ejército y la policía, y
posteriormente en las altas finanzas, como el inefable Rodolfo Martín Villa,
jamás tuvieron que responder de sus actos.
Efectivamente, la ley de Amnistía de 1977 fue aprobada
en las Cortes Constituyentes que elaboraban la Constitución y votada favorablemente
por todos los diputados de la izquierda. Fue presentada ante los trabajadores como
la garantía para sacar de la cárcel a miles de luchadores, pero en realidad se
trataba de una ley de punto final que otorgaba inmunidad a todos los criminales
del régimen franquista. Por supuesto, esta ley pre-constitucional no ha sido
derogada.
La ley es
muy clara al respecto: En su artículo primero amnistiaba “todos los
actos de intencionalidad política, cualquiera que fuese su resultado,
tipificados como delitos y faltas realizados con anterioridad al día 15 de
diciembre de 1976”. Es decir, a cambio de “perdonar” a los encarcelados,
torturados y perseguidos por luchar contra la dictadura, dejaba absolutamente
impunes cuarenta años de represión franquista, tal como sanciona su artículo
segundo, al amnistiar, entre otros “los
delitos de rebelión y sedición (...) los delitos y faltas que pudieran haber
cometido las autoridades, funcionarios y agentes del orden público, con motivo
u ocasión de la investigación y persecución de los actos incluidos en esta ley”
o “los delitos cometidos por
los funcionarios y agentes del orden público contra el ejercicio de los
derechos de las personas”.
Nunca ha habido en la historia reciente una ley de
punto final semejante. En la Alemania de la posguerra, con todas las carencias
que existieron, se condenó a muchos responsables de las atrocidades nazis, y la
simbología hitleriana fue eliminada por completo de plazas públicas e
instituciones. En Argentina, se revisó la ley de Punto Final y se han abierto
procedimientos penales contra conocidos torturadores y responsables de la
dictadura militar. Obviamente, las reparaciones, en todos los casos mencionados,
han sido muy limitadas, pues los capitalistas que apoyaron estos regímenes
represivos y crueles, que exterminaron a millones de personas, no podían
consentir que se juzgase al conjunto de su sistema. ¡Pero lo ocurrido en el
Estado español ha sido asombroso! Con un leve barniz democrático, se mantuvo
casi íntegramente el viejo aparato estatal franquista y ninguno de sus asesinos
pagó por sus crímenes.
Por desgracia, los dirigentes de la izquierda tienen
una cuota de responsabilidad muy importante en lo sucedido. Como explica Bárbara
Areal: “La agonía física de Franco se convirtió en una expresión plástica de
los estertores de una dictadura que duraba ya 40 años. El dictador moría el 20
de noviembre de 1975 y, dos días después, Juan Carlos de Borbón era proclamado
su sucesor como Jefe del Estado y Rey de España. Fue en esos meses cuando las
luchas obreras, presentes por toda la geografía del país desde hacía más de una
década, se generalizaron y radicalizaron. La irrupción audaz y decidida de la
clase trabajadora en el escenario político se convirtió en la piedra angular de
todas las decisiones que se adoptaron en la Transición. El ascenso de la lucha
de clases, el crecimiento de la conciencia socialista de millones de
trabajadores y jóvenes, la voluntad de combatir hasta el final, abría la misma
perspectiva que en Francia o en Portugal: la conquista del poder político por
parte de la clase obrera. Éste fue, en esencia, el asunto sobre el que
pivotaron todas las maniobras que se sucedieron a lo largo de los años setenta:
o la reconversión de la dictadura franquista en un régimen de democracia
burguesa o la ruptura política y la lucha revolucionaria por el socialismo”. [109] Los
dirigentes del PCE y del PSOE se inclinaron desde el principio por la primera
salida mediante un pacto con los capitalistas y con el aparato del Estado
franquista.
Bárbara Areal continúa: “Los sectores más
consecuentes y decisivos de la burguesía española, y también del capital
internacional, se apoyaron tenazmente en los dirigentes obreros para conseguir
sus objetivos y asegurar la continuidad del sistema capitalista. En este
sentido, la dirección del PSOE era muy débil y sus fuerzas organizadas eran
incomparablemente menores a las del Partido Comunistas, que agrupaba a la
vanguardia de la clase trabajadora y cuyos cuadros y dirigentes disponían de
una autoridad engrandecida por décadas de lucha clandestina contra la
dictadura, detenciones, cárcel y exilio. Aunque la militancia comunista había
dado sobradas pruebas de su arrojo y voluntad revolucionaria, las bases para la
política de colaboración de clases de la transición coincidían plenamente con
la estrategia de la dirección del PCE. Unas bases que habían sido definidas en
la declaración del Comité central del partido redactada en 1956: Por la
reconciliación nacional, por una solución democrática y pacífica del problema
español.”[110]
Y más adelante: “Liderando la Junta Democrática, que actuó como el organismo
fundamental de la colaboración de las clases y de puente político entre los
dirigentes del principal partido de la clase obrera [el PCE] y los estrategas
del capital, se diseñó una reforma política que mantendría intactos los
fundamentos del capitalismo español, sancionaría la propiedad privada de los
medios de producción, y aseguraría una total impunidad a los responsables de
los crímenes de la dictadura”.[111]
Así justificaba entonces el PCE el apoyo a la ley de
Amnistía de 1977 por boca de su portavoz en el congreso, Marcelino Camacho:
“Señor Presidente, señoras y señores Diputados, me cabe el honor y el deber de explicar,
en nombre de la Minoría Comunista del Partido Comunista de España y del Partido
Socialista Unificado de Cataluña, en esta sesión, que debe ser histórica para
nuestro país, en honor de explicar, repito, nuestro voto. Quiero señalar que la
primera propuesta presentada en esta Cámara ha sido precisamente hecha por la
Minoría Parlamentaria del Partido Comunista y del PSUC el 14 de julio y
orientada precisamente a esta amnistía. Y no fue un fenómeno de la casualidad,
señoras y señores Diputados, es el resultado de una política coherente y
consecuente que comienza con la política de reconciliación nacional de nuestro
Partido, ya en 1956. Nosotros considerábamos que la pieza capital de esta
política de reconciliación nacional tenía que ser la amnistía. ¿Cómo podríamos
reconciliarnos los que nos habíamos estado matando los unos a los otros, si no
borrábamos ese pasado de una vez para siempre? Para nosotros, tanto como
reparación de injusticias cometidas a lo largo de estos cuarenta años de
dictadura, la amnistía es una política nacional y democrática, a la única
consecuente que puede cerrar ese pasado de guerras civiles y de cruzadas.
Queremos abrir la vía a la paz y a la libertad. Queremos cerrar una etapa;
queremos abrir otra. Nosotros, precisamente, los comunistas, que tantas heridas
tenemos, que tanto hemos sufrido, hemos enterrado nuestros muertos y nuestros
rencores. Nosotros estamos resueltos a marchar hacia adelante en esa vía de la
libertad, en esa vía de la paz y del progreso”.[112] El
propio Marcelino Camacho, un luchador incasable por las libertades
democráticas, sería consciente, años después, de lo equivocadas que eran esas
palabras.
VI. Justicia
para las víctimas del franquismo
“(…) el olvidador nunca logra su objetivo, que es
encerrar el pasado (cual si se tratara de desechos nucleares) en un espacio
inviolable. El pasado siempre encuentra un modo de abrir la tapa del cofre y
asomar su rostro. (…) El pasado siempre alcanza a quienes reniegan de él (así
se trate del mismísimo Macbeth), ya sea infiltrándose en signos o en gestos, en
canciones o en pesadillas.
Los pueblos nunca son amnésicos. Amnistía no es
amnesia. La tradición es un recurso de la memoria colectiva, pero también hay
otros, menos inofensivos. Tampoco los gobiernos son amnésicos aunque a veces
intentan ser olvidadores. Curiosamente su forma de olvidar suele ser
proselitista, ya que su objetivo es que los demás también olviden”.
Mario Benedetti, El amnésico y el olvidador
Las páginas heroicas de la batalla contra el
fascismo han sido emborronadas por una crónica oficial diseñada al gusto de los
poderosos. Y en esa estrategia del olvido, una infamia no menos importante se
tramó con el consentimiento de muchos: la que pretendía esconder, anular,
borrar la historia de cuarenta años de dolor. La memoria de las víctimas del
franquismo y de todos aquellos que dieron lo mejor de sí mismos para acabar con
aquella pesadilla tiene que ser recuperada, estudiada y transmitida. Es la
memoria de nuestra clase, la clase trabajadora, que sufrió más que nadie aquel
régimen despreciable.
Han transcurrido muchos años, y no pocos se las
prometían felices creyendo que, tras tanto tiempo, la clase obrera y la
juventud estaría dispuesta a olvidar el pasado y pasar página. Sin embargo,
gracias al tesón y la voluntad de personas maravillosas, las exigencias para
rescatar la memoria histórica no sólo no han remitido, sino que se han
incrementado. El trabajo anónimo y desinteresado de mucha gente ha dado grandes
frutos. Mientras que en 2003 tan sólo existían 20 asociaciones de la Memoria
Histórica y organizaciones de víctimas del franquismo, en 2008 eran más de 200
y su número no ha dejado de crecer, tejiendo una red por todo el Estado para
exigir justicia para crímenes que siguen impunes. Si el gobierno del PSOE
impulsó la ley de Memoria Histórica fue por la presión que ejercieron miles de
jóvenes y trabajadores organizados a través de las asociaciones en defensa de
la Memoria Histórica.
Y no es sólo la exigencia individual de los
familiares de las víctimas de la represión franquista, que tienen todo el
derecho a una legítima justicia que nunca llegó. En numerosos casos lo que se
reclama es tan elemental como poder recuperar los cuerpos de los familiares
desaparecidos. El único censo nacional que existe de desaparecidos —el que las
asociaciones de familiares llevaron al juez Garzón en octubre de 2008— tiene
133.708 nombres.[113] Recientemente, Amnistía Internacional
señaló que son 114.000 las familias que siguen sin saber dónde están los restos
de sus seres queridos.[114]
Pero lo más humillante de esta situación, y que dice
mucho de la naturaleza de nuestra Transición ejemplar,
es que hasta 2000 no abrió la primera fosa común y hasta 2011 sólo se han
recuperado 5.277 restos mortales de 231 fosas comunes.[115]
¿Alguien puede pensar que existe justicia para las víctimas del franquismo?
Cuando tanto se habla de reparar el dolor, de reconciliación, cientos de miles
de familias ven negado un derecho tan elemental como saber dónde están
enterrados sus familiares fusilados, asesinados vilmente y arrojados a fosas
comunes. Para sonrojo del Parlamento, de los jueces, de los gobiernos que se
han sucedido desde 1977, el esfuerzo de las asociaciones y de los familiares,
de investigadores y voluntarios ha permitido localizar solamente en Andalucía,
Aragón, Asturias, Catalunya, Euskadi y Extremadura 1.850 fosas.[116] El
gobierno reconoce que aún quedan por abrir 1.203 fosas del franquismo[117], sin
contar con que probablemente aun queden muchas por descubrir, por culpa de los
constantes impedimentos que las Asociaciones en defensa de la Memoria Histórica
se han encontrado.
Para las familias, así como para las víctimas que
aún están con vida, esta lucha no será en vano. Su esfuerzo no sólo
restablecerá la dignidad que el franquismo trató de arrebatar a cientos de
miles de luchadores, a los que quitó la vida mediante ejecuciones, torturas o
vejaciones de todo tipo, también impedirá que el paso del tiempo, las mentiras
y calumnias que se han vertido, reforzadas a partir de una interpretación
maliciosa e interesada por parte de pseudohistoriadores a sueldo de la derecha,
oculten el horror sufrido.
¿Cómo es posible que, en un Estado que se dice
democrático, conocidos reaccionarios que ocupan altos cargos en las
instituciones se jacten de sus vínculos con el franquismo, y en cambio se
niegue justicia para sus víctimas? Para empezar, la propia ley lo permite.
Cuando el juez Garzón trató de investigar los crímenes del franquismo no sólo
se enfrentó a una muralla ideológica en el poder judicial, sino también a un
armazón legal que fue en su día apoyado por los dirigentes de las principales
fuerzas que luchaban contra la dictadura. Ya señalamos la nefasta ley de
amnistía aprobada en 1977 con el apoyo del PSOE y el PCE.
Además, para echar tierra sobre el pasado de los
franquistas y lavarles la cara presentándolos como nuevos demócratas, no sólo
se puso en marcha una gran campaña mediática, también se borraron las huellas
de su actuación de los archivos policiales y los ministerios. Carlos Jiménez Villarejo,
ex fiscal anticorrupción, refrescaba recientemente las denuncias que en su día
hizo Justicia Democrática contra la Brigada Político-Social, señalando que
existía un “poder judicial que era utilizado descaradamente para santificar
medidas arbitrarias”, que persistían “torturas policiales en régimen de expresa
impunidad”. El artículo donde se recogen sus declaraciones continúa así: “Y
aquí es donde surgen las dudas sobre la conservación y disponibilidad de los
documentos que expresen dicha actuación represiva. Algunos historiadores
sostienen que parte del archivo documental fue destruido durante la Transición
ante el riesgo de tener que responder de los innumerables delitos que habían
cometido y siguieron cometiendo hasta el final del régimen, con el propósito de
garantizar su impunidad. Así lo reconoció el gobernador civil de Barcelona,
Salvador Sánchez Terán, cuando justificó la destrucción de los archivos del
Movimiento y la Falange porque ‘olían a un pasado remoto’…”.[118] El 8 de julio de 2010, el director del
gabinete del ministro del Interior se excusaba: “Hay que tener en cuenta que,
con la promulgación de la Ley de Amnistía 46/1977 de 15 de octubre, se procedió
a la eliminación de todos aquellos expedientes que contuviesen información de
carácter político, sindical, religioso, etc.”.[119]
Garzón se declaró competente en el caso de la
localización y exhumación de una parte de los aproximadamente 150.000
asesinados en la represión que siguió al levantamiento fascista de 1936, pero
inmediatamente se desató una ofensiva política y judicial tremenda para
impedirlo. Lamentablemente, esta campaña organizada desde la derecha acabó
logrando su objetivo con el beneplácito del fiscal general del Estado y de
otros más. Desde el gobierno del PSOE se sostuvo que no era el momento de
investigar delitos que habían sido amnistiados en 1977, y esa muestra de
debilidad envalentonó a toda la reacción enquistada en el aparato del Estado.
El Tribunal Supremo logró sentar en el banquillo al juez Garzón después de
aceptar a trámite una querella presentada por tres organizaciones fascistas:
Falange Española, el “sindicato” Manos Limpias y la asociación Libertad e
Identidad.
Estos hechos escandalosos son la mejor prueba que,
tras más de treinta años de “libertades democráticas”, siguen sin poder
investigarse los crímenes del franquismo; hay decenas de miles de víctimas, no
sólo las enterradas en fosas comunes, que son consideradas delincuentes a ojos
de una ley que se niega a esclarecer como fueron asesinadas. Y todo esto ocurre
mientras los nombres de los fascistas que practicaron esa política de
exterminio siguen adornando calles, plazas, iglesias y monumentos.
La justicia en cualquier Estado capitalista es una
justicia de clase. No existe la tan cacareada “independencia” del poder judicial,
que no es más que una fachada que sirve para esconder la auténtica realidad:
que el aparato judicial en general, y sus altas instancias muy en particular,
tienen vínculos directos, económicos y políticos con los capitalistas de cada
país y siempre ampara y defiende la legislación y la propiedad de la burguesía.
En el caso concreto del Estado español, el aparato judicial también es un
auténtico coto franquista, que se mantuvo intacto después de la caída de la
dictadura por los pactos de la Transición.[120] Pero
no sólo el aparato judicial:
El 26 de mayo de 2011, a pocas semanas del 75
aniversario del golpe de Estado fascista que inicio la guerra civil, el Rey
Juan Carlos y la ministra de cultura,
Ángeles González Sinde participaban en la presentación del faraónico
Diccionario Biográfico Español, 50 tomos de biografías de los personajes
“ilustres” de la historia del Estado español, obra cumbre de la Real Academia
de la Historia, que ha costado 6,4 millones de euros al erario público en un
periodo de crisis y de recortes sociales.[121] La
sorpresa fue mayúscula cuando algunos periodistas decidieron leer su contenido.
Entre otras “perlas”, destacaba con luz propia la reseña bibliográfica de
Franco. No sólo no se le caracterizaba de dictador sino que se señalaba que su
régimen “era autoritario, no totalitario”, en ningún momento se hacía mención
de la salvaje represión franquista y sobre todo se le adornaba con sonoros
atributos: “incomparable valor”, “dotes de mando”, “energía desplegada en
combate”, “el frío valor que sobre el campo desplegaba”… el autor, el
pseudohistoriador y franquista recalcitrante Luis Suárez, llega a justificar la
colaboración de Franco con la Alemania nazi porque “faltando posibles mercados,
y contando con la hostilidad de Francia y de Rusia, hubo de establecer
estrechos compromisos con Italia y Alemania”.[122]
Por desgracia este despropósito no es sólo obra de
una vetusta institución que dedica rezos al Espíritu Santo cuando comienzan sus
sesiones, o que aún dispone de un censor en la nómina encargado de revisar los
discursos de ingreso, recepción y contestación de los académicos.[123] Es un
buen símbolo de lo que realmente significa “reconciliación nacional” para la
derecha. Sólo hay que echar un vistazo a los Protectores de la Real
Academia de la Historia —enumerados por el presidente de la Academia en el
mismo acto de presentación del Diccionario— para entender que siguen existiendo
Dos Españas: Isidoro Álvarez (presidente del Corte Inglés), Francisco
González (BBVA), Rodrigo Rato (Caja Madrid), César Alierta (Telefónica), María
del Pino (Ferrovial), José Manuel Martínez (Mapfre), Ignacio Garralda (Mutua
Madrileña), Esther Koplowithz (FCC), Emilio Botín (Santander) o el marqués de
Villar Mir, entre otros grandes prohombres. Si echamos un vistazo al árbol
genealógico de las élites que dominan económicamente el Estado español, los
grandes banqueros y empresarios, nos encontraremos con las mismas familias que
apoyaron entusiastamente a Franco y que se enriquecieron gracias a las
condiciones impuestas por la dictadura.
La burguesía y la derecha española se resistirán
obstinadamente a dar el más mínimo reconocimiento a la Memoria Histórica. Como
han demostrado, por ejemplo, con el juicio a Garzón, la reacción luchará con
uñas y dientes para evitar la revisión histórica de los crímenes del
franquismo. En el 75 aniversario del
golpe de estado de Franco, el diario El País, portavoz de la
“reconciliación nacional”, entrevistó al general Sáenz de Tejada, que se alistó
voluntariamente con los fascistas el mismo 18 de julio de 1936 y fue Jefe del
Estado mayor del Ejército entre 1984 y 1986. El militar reconocía que para él, la Guerra Civil “fue inevitable”.
“Había dos Españas absolutamente irreconciliables que se odiaban. Éramos
enemigos. (…) Hay pocas guerras necesarias”, añade, “pero algunas lo son:
contra el terrorismo, la tiranía y el narcotráfico” Lo que no aclara es dónde
clasifica él a la guerra civil. Y aunque se muestra detractor de la ley de
Memoria Histórica porque considera que tiene “algo de revancha”, afirma que el
país “se ha reconciliado”.[124]
En el mismo suplemento, El
País presenta un reportaje donde junta a un fascista con un aviador
republicano. Pese a todas las buenas maneras del periodista y del aviador, el
fascista se despidió haciendo bandera de su militancia política: “¡Pero que conste que sigo siendo un franquista acérrimo!”.[125]
Para la burguesía no hay “reconciliación nacional”
posible. Guiados por un poderoso odio de clase, por las tradiciones
reaccionarias que siempre han caracterizado a la clase dominante española a lo
largo de la historia, son conscientes de que los militares iniciaron la guerra
civil para mantener sus privilegios y poder. Ellos son los vencederos. Los
obreros y campesinos los vencidos. Se sienten orgullosos de su pasado, aunque
en público no lo puedan poner de manifiesto como les gustaría.
Y es que, además, destapar lo que realmente sucedió
durante la guerra civil y la dictadura cuestiona demasiados puntos sensibles
del poder capitalista de hoy en día. Pondría en evidencia a las principales
familias de la oligarquía económica, que se enriquecieron gracias a la
dictadura, a las condiciones de trabajo impuestas a los trabajadores, a la
completa ausencia de derechos laborales y sindicales, a la mano de obra
esclava... Cuestionaría, en definitiva, a los oligarcas de toda la vida, que
impulsaron y colaboraron fervientemente con el golpe militar y la represión y
que, por supuesto, también se beneficiaron de la política seguida por el
Caudillo. También comprometería y desnudaría a amplios sectores del aparato del
Estado, rebosante de individuos ligados estrechamente al pasado franquista, no
sólo en el mando de la policía, la Guardia Civil o el Ejército, también en el
aparato judicial (sólo hay que echar un vistazo al Tribunal Constitucional) y
la administración. Sin olvidarnos, por supuesto, de la jerarquía eclesiástica,
cómplice de cuarenta años de dictadura. Por supuesto, si en el futuro sus privilegios
de clase vuelven a estar amenazados, los capitalistas no dudarán en recurrir a
militares, fascistas y todas las herramientas que tengan a su alcance para
mantener su posición como clase dominante.
Y mientras tanto… la “reconciliación” les es útil
para tratar de mantener paralizada a la clase obrera, que las nuevas
generaciones de trabajadores no conozcan lo que realmente sucedió, que no se haga
justicia por los crímenes cometidos contra millones de inocentes, que sus
agentes en el aparato del Estado sigan en sus puestos, preparados para
intervenir si la situación lo requiere. Desgraciadamente, los dirigentes de las
organizaciones de la izquierda sí se creyeron la trampa de la “reconciliación
nacional”. Aún lo defienden a capa y espada. Esa campaña llega al punto de orillar
la responsabilidad de los verdugos, en celebraciones institucionales que tratan
descaradamente de ocultar la verdad: El 12 de octubre de 2004 el entonces
ministro de defensa Bono puso a desfilar conjuntamente a un voluntario fascista
de la División Azul con un excombatiente republicano… en aras de la
“reconciliación nacional”. Aún hoy, al calor de la demanda de los familiares de
los soldados republicanos enterrados en el Valle de los Caídos para que sean
retirados de allí, el ministro del PSOE Ramón Jáuregui insistía en que se podía
transformar el mausoleo de Franco en un “lugar de memoria y reconciliación”.[126] Pero
la debilidad invita a la agresión permanente. La burguesía, la derecha, los
franquistas del aparato del estado, nunca agradecerán a estos representantes de
la izquierda “realista” sus gestos. Los desprecian con toda intensidad.
Aceptar este discurso interesado de la
“reconciliación nacional”, que evita la comprensión de lo ocurrido, que trata
incluso a los verdugos como víctimas, que escamotea la justicia más elemental,
es el peor homenaje posible a todos los que dieron su vida por transformar la
sociedad. Con esta estrategia, se evita que las jóvenes generaciones puedan
acceder a un conocimiento necesario: que entre 1936-1939, no se libró “una
guerra entre hermanos” sino una intensa lucha de clases, entre la mayoría
aplastante de la población explotada, los trabajadores del campo y la ciudad,
los que nada tenían, frente a los poderes fácticos de siempre: los
capitalistas, los banqueros, los terratenientes y sus aliados en el aparato
militar y eclesial, que no dudaron en lanzar una guerra de exterminio y una
represión sangrienta para salvaguardar sus obscenos privilegios.
Recuperar nuestra memoria histórica es una demanda
colectiva de justicia para la clase social, los trabajadores y oprimidos, que
lucho contra el fascismo con todas sus fuerzas, ofreciendo un ejemplo de
generosidad y valor sin parangón. Los que fueron asesinados, internados en
campos de concentración, torturados y vejados, arrojados a las prisiones y el
exilio por cientos de miles, y los que continuamos su batalla, queremos
recuperar la memoria histórica, no sólo para conseguir una justicia y dignidad
nunca reconocida, sino también para aprender las lecciones del pasado y reatar
el nudo con las tradiciones de toda una generación de luchadores que se
levantaron en defensa de la igualdad y por una sociedad mejor.
No es casualidad que la lucha por la memoria
histórica se agudizara durante las movilizaciones masivas contra el gobierno
derechista de Aznar entre 2001 y 2004 y en los años posteriores de gobierno
socialista, cuando fue la derecha la que trató de tomar las calles. Cuando
decenas de miles sufrían los porrazos de la policía del PP en las
manifestaciones contra la intervención imperialista en Iraq o cuando, pocos
años después, contemplaban a los dirigentes de la derecha clamar por la “unidad
de España” y a los obispos desfilar contra los homosexuales y “en defensa de la
familia”, la conexión con el pasado se reavivó. La identificación de la derecha
de hoy con la derecha de siempre, es decir, con los verdugos de la guerra civil
y los cómplices del general Franco era un proceso necesario e inevitable.
Las reivindicaciones fundamentales de las víctimas
no han sido satisfechas en la ley sobre la Memoria Histórica aprobada en 2007.
En ese momento hubiera sido posible impulsar, desde el PSOE, IU, CCOO y UGT, un
fuerte movimiento a favor de una ley justa, tal como reclamaban las
asociaciones de la memoria histórica. Existía un sentir mayoritario entre la
población, el mayor desde la Transición. Pero, en lugar de eso, los dirigentes
de la izquierda volvieron a caer en el viejo error de “no provocar a la
reacción”. La ley quedó coja y con muchas insuficiencias.[127] Recientemente,
ERC, Izquierda Unida e Iniciativa per Catalunya presentaron una resolución para
desarrollar la ley de Memoria Histórica, para que se declararan nulas las
sentencias judiciales emitidas durante el franquismo, se elaborara un censo de
obras realizadas por trabajos forzosos y que el gobierno asumiera la
responsabilidad en las labores de localización, exhumación e identificación de
las fosas comunes. Sin embargo, los diputados del PSOE no tuvieron empacho en
juntar sus votos con los de la derecha (PP, PNV y CiU) para frenar esta
propuesta. El giro a la derecha que el gobierno de Zapatero protagoniza en la
política económica y social, también se ha concretado en el de la Memoria
Histórica.
Sin embargo, la Memoria Histórica sigue estando muy
presente en la cabeza de decenas de miles de jóvenes y trabajadores de todo el
Estado y cada vez más. Las movilizaciones desatadas a partir del 15 de mayo de
2011 han sacado a la superficie el tremendo descontento que siente la mayoría
de la sociedad. Los jóvenes y trabajadores que participaban en asambleas en las
plazas de las principales localidades del Estado, que acudían a las
manifestaciones convocadas, que se defendían frente a la represión policial
están aprendiendo mucho de lo que es realmente el capitalismo.
Este interés creciente por la política, por ser nosotros
mismos los actores de nuestro propio destino, un tremendo despertar que aún
está en sus primeros compases, ha traído entre otras virtudes, una tremenda
solidaridad internacional (ahí está la simpatía hacia la revolución en el mundo
árabe, o a la lucha de los trabajadores griegos, franceses, portugueses…), un
cuestionamiento creciente del papel de las instituciones burguesas y del Estado
burgués y un rechazo manifiesto a la dictadura del capital financiero, a los
especuladores, corruptos y explotadores que se enriquecen a costa de la clase
obrera. El ascenso de la lucha de clases trae consigo un hilo conductor con la
lucha revolucionaria de los años treinta y la de los años setenta.
Hay sed de conocimiento, interés, se busca información
y formación sobre aquellos tremendos acontecimientos… se quiere aprender, para
no cometer los mismos errores y así poder construir el mejor monumento a todos
los que dieron sus vidas en la lucha: arrojar el sistema capitalista y a sus
defensores al basurero de la historia y construir una genuina sociedad
socialista.
En defensa de la memoria histórica
- Nulidad radical de todos los juicios franquistas por motivaciones políticas, ideológicas y/o sociales.
- Imprescriptibilidad de los delitos del franquismo. Tenemos derecho a saber, a que se haga justicia y a que se repare a las víctimas. Abolición de la ley de amnistía de 1977.
- Publicación y divulgación de todos los documentos diplomáticos, políticos y económicos relacionados con la guerra civil, la dictadura franquista y la transición.
- Expropiación de los capitalistas, terratenientes e instituciones religiosas que se beneficiaron de la arbitrariedad y represión de la dictadura de Franco. Separación absoluta Iglesia/Estado, derogación de los acuerdos con el Vaticano.
- Responsabilidad del gobierno en la localización, exhumación e identificación de las fosas comunes a través de un Plan Estatal urgente organizado y controlado a través de comités conformados por el gobierno, las asociaciones de Memoria Histórica y los sindicatos. Recursos suficientes para acometer estas tareas.
- Retirada inmediata de todos los símbolos del franquismo y donde no sea posible acompañarlos de una explicación de lo que realmente aconteció. Traslado e identificación de los restos enterrados en el Valle de los Caídos
- Reforma educativa elaborada con la participación de sindicatos, asociaciones de padres y organizaciones de estudiantes para garantizar un tratamiento veraz del periodo republicano, la guerra civil, la dictadura franquista y la transición.
- Depuración del aparato del Estado de todos los fascistas. Derechos democráticos plenos en los cuarteles, la guardia civil y la policía.
[2] Ronald Fraser, Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, Editorial
Planeta de Agostini, Barcelona 2005, p 705. Escenas igual de dramáticas se
darían también en Madrid y en otros puntos del Estado.
[3] Burnett Bolloten, La guerra civil española. Revolución y
contrarrevolución. Alianza Editorial, Madrid 2004, p 992.
[5] En Burnett Bolloten, La guerra civil española. Revolución y
contrarrevolución, 2004, Alianza Editorial, se encuentra numerosas
referencias sobre los continuos intentos de los gobiernos republicanos,
encabezados por Azaña y por Casares Quiroga y Martínez Barrios de llegar a
acuerdos con los militares sublevados, llegando a ofrecerles carteras
ministeriales y en la práctica claudicando por completo.
[7] León Trotsky, Escritos sobre la Revolución
española, Fundación Federico Engels, Madrid 2010 pp. 160-162.
[9] Citado en Julián Casanova, La iglesia de
Franco, Ed. Crítica, Barcelona, 2005, p. 277.
[11] Juan Ignacio Ramos, Revolución socialista y guerra civil. I Las
raíces históricas. 2010 Fundación Federico Engels, pág. 367.
[12] Burnett Bolloten, La guerra civil española, revolución y
contrarrevolución, Alianza Editorial, Madrid, 1995, p. 59.
[15] Francisco Espinosa, “Julio de 1936. Golpe militar y
plan de exterminio”, en Morir, matar, sobrevivir. La violencia en la
dictadura de Franco, Ed. Crítica, Barcelona, 2004, p. 62.
[18] Paul Preston, The
Spanish Civil War. Reaction, revolution & revenge, Harper
Perennial, London, 2006, p. 202.
[19] John T.
Whitaker, We cannot escape history, Macmillan, New York, 1943, p.
113.
[23] Gumersindo de Estella, Fusilados en Zaragoza. 1936-1939. Tres
años de asistencia espiritual a los reos, Mira editores, Zaragoza,
2003.
[26] León Trotsky, La lucha contra el fascismo, 2004 Fundación
Federico Engels. Pág. 121.
[32] El historiador Santos Juliá, basándose en estudios realizados en 36
provincias, eleva la cifra a un mínimo de 90.000. El País, 13/08/06.
[38] Decreto del 23 de septiembre de 1939, citado en Isaías
Lafuente, Esclavos por la patria, p. 28.
[49] Eloy Val del Olmo, Euskal Herria y el
socialismo, Fundación Federico Engels, Madrid, 2005, p. 160.
[55] Con lo del
“maltusianismo”, los curas se referían al control de la natalidad, el uso de
métodos anticonceptivos o la educación sexual.
[59] Sindicato de Estudiantes. 20 años de historia, 20 años de lucha. Fundación
Federico Engels, Madrid, 2006, p. 113.
[60] Geneviève
Dreyfus-Armand, el exilio de los republicanos españoles en Francia,
Editorial Crítica, Barcelona, 2000, p 53. Pese a los esfuerzos del gobierno
francés de repatriar a los refugiados o enviarlos a otros destinos como México
y otros países de América Latina, aún en 1941 el gobierno de la Francia de
Vichy contabilizaba a 140.000 refugiados españoles en sus fronteras.
[61] Testimonio
de Antoine Miró, citado en Geneviève Dreyfus-Armand, el exilio de los
republicanos españoles en Francia, p 47.
[63] Ibíd., p 50. En
el libro se describen numerosas muestras de la arbitrariedad de las autoridades
francesas así como las humillaciones que sufrieron los emigrados.
[66] Datos ofrecidos
por el gobierno francés a la prensa de la época, citado en Geneviève
Dreyfus-Armand, p 111.
[68]
http://pares.mcu.es/Deportados/servlets/ServletController
[69] Rotspanienkämpfer significa “combatientes rojos españoles”. Era el término que utilizaba el régimen
nazi para denominar a los revolucionarios españoles que continuaron la lucha en
Francia contra el nazismo.
[70]
Geneviève Dreyfus-Armand, Op. Cit, Pág 121.
[71] Miguel Martorell Linares y Javier Moreno
Luzón, Mauthausen, el campo de los españoles. Tribuna libre, marzo de
2001.
[73]
Geneviève Dreyfus-Armand, Op.Cit, p128.
[84] Se recomienda la lectura del reportaje publicado en
Diario de Noticias de Navarra en su edición digital el 1/11/2009: El paso de Don Juan por el puesto de Dantzarinea.
[85] Josep
Sánchez Cerbello, El contexto nacional e internacional de la resistencia,
incluido en El Último frente 2008 Los libros de la catarata, p 33.
[87] El gobierno
en el exilio republicano, presidido por Giral envió para ayudar al trabajo de
la oposición en el interior 75.000 pesetas de los fondos de la República, sin
embargo, uno de sus ministros cobraba 6.000 pesetas al mes. Víctor Alba, Óp.
Cit, p 227.
[89] Secundino
Serrano: Maquis. Historia de la guerrilla antifranquista. Editorial
Temas de Hoy, Madrid, 2001.
[90] Francisco
Moreno, El maquis: obrerismo, republicanismo y resistencia, incluido en El
Último frente Madrid, 2008, Los libros de la catarata, p 59.
[92] Federica
Montseny, líder de los anarquistas puros declarará en 1946: “Sí la República se
restablece en España, será señal de que contará con la confianza del
capitalismo internacional. Es mejor, pues, que eso no suceda”. Joseph Juan i
Domènech, uno de los líderes posibilistas de la CNT, por el contrario, llegará
a coquetear con el régimen franquista ante la posibilidad de que se permitiera
el desarrollo de un movimiento sindical limitado.
[95] Ferrán
Sánchez Agustí, El maquis anarquista en Catalunya, incluido en El
Último frente 2008 Los libros de la catarata. Pág. 214.
[97] Es
reconocido por todos los historiadores que el fracaso de la táctica guerrillera
fue un factor determinante dentro de las pugnas en el seno del PCE para que
Santiago Carrillo se convirtiera en su principal dirigente.
[98] Jordi Rosich, “La dictadura de Franco. Esbozo histórico de
un período negro de la historia española”, en El Militante nº
190.
[99]
Geneviève Dreyfus-Armand, Op. Cit, p 171.
[101] Los
comunistas griegos se quedaron solos durante la guerra civil griega en el que
la burguesía helena recibió ayuda directa del ejército británico.
[103] Jordi Rosich, “La dictadura de Franco. Esbozo histórico de
un período negro de la historia española”, El Militante nº 190.
[106] Recomendamos
leer la narración de los fusilamientos que aparece en el libro de Eloy Val del
Olmo, pp. 193-195 En ese momento el PSOE llegó a plantear: “Franco, los
guardias civiles que han participado como voluntarios en el pelotón de
ejecución, Arias, Juan Carlos, cada uno de los ministros del Gobierno, los
falsos jueces de los falsos procesos, todos los reaccionarios que facilitan
estos crímenes salvajes, todos pagarán sus culpas”. Ahí queda para la historia.
[107] “La Transición,
un análisis marxista”, en MARXISMO
HOY nº 9, Fundación Federico
Engels, 2001, p. 30.
[108] Alfredo
Grimaldos, La sombra de Franco en la Transición, Oyeron, Madrid,
2004, p. 246. Este magnífico libro es una estremecedora y muy documentada
crónica de aquellos años.
[109] Bárbara
Areal, “El PCE y la Transición. Balance de
una derrota histórica”, en El Militante nº 222.
[110] Bárbara
Areal, “El PCE y la Transición. Balance de
una derrota histórica”, en El Militante nº 222
[111] Bárbara
Areal, “El PCE y la Transición. Balance de
una derrota histórica”, en El Militante nº 222
[112] Pleno del
Congreso de los Diputados. 14 de octubre de 1977. Debate de la Ley de Amnistía.
Intervención del diputado comunista Marcelino Camacho Abad.
[113] Público, 6/10/2008.
[114] Público, 30/08/2010.
[116] Las
comunidades donde gobierna el PP no han destinado ni un euro a localizar fosas
comunes, aunque durante el gobierno de Aznar sí se destinaron cuantiosas
subvenciones para recuperar los cuerpos de los soldados de la División Azul
fallecidos en el frente ruso durante la Segunda Guerra Mundial.
[118] Público,
5/9/10
[119] Ibíd.
[120] “…En
cualquier caso, los católicos, obedeciendo al Papa, nunca nos equivocamos’.
Esta declaración, que podría atribuirse al cardenal arzobispo de Madrid, Rouco
Varela, es una de las joyas escritas por el actual presidente del Consejo
General del Poder Judicial (CGPJ) y del Tribunal Supremo, Carlos Dívar, en la
revista Hermandad del Valle
de los Caídos, con la que
colabora asiduamente. Éste es sólo un ejemplo de hasta qué punto el Poder
Judicial está bajo el control de la derecha más reaccionaria y cómo se ha
mantenido una continuidad en este estamento desde la época del franquismo. Otro
ejemplo ilustrativo de esta realidad lo encontramos en José Luis Requero,
antiguo miembro del CGPJ, ex portavoz de la Asociación Profesional de la
Magistratura (APM, asociación mayoritaria de jueces) y miembro del Opus Dei,
que declaraba en el año 2006 en una entrevista que ‘entre el PP y la APM existe
una conjunción de intereses’ y que ‘el PP llama a la puerta de la APM para que
le demos ideas’. Este magistrado se ha opuesto a la ley del Matrimonio
Homosexual porque podría abrir la puerta a ‘la unión de un hombre y un animal’
y milita activamente en contra del aborto. También ha atacado a las
nacionalidades históricas demostrando el predominio del españolismo franquista
más rancio en el seno de la ‘justicia independiente’, llegando a declarar que
‘los vascos se caracterizan por partir troncos y piedras’, recordando dichas
declaraciones a las que en 2003 pronunció el entonces presidente del Tribunal
Constitucional, Jiménez de Parga, sobre vascos y catalanes que hace mil años
‘ni siquiera sabían lo que era asearse los fines de semana…”. Víctor Tajibo, “La derecha, la ‘independencia’
del poder judicial y el caso Garzón”, en El
Militante nº 237,
abril 2010.
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